Baja la ‘contaminación interior’. elpais. com 13/03/12. Por primera vez disminuyen los niveles en sangre de los compuestos tóxicos persistentes. Aun así solo el 4% de la población tiene cantidades reducidas.Los niveles sanguíneos de compuestos tóxicos persistentes (CTP) descendieron de forma significativa en los habitantes de Barcelona entre 2002 y 2006. Los policlorobifenilos (PCB, productos de origen industrial que suelen contaminar a dosis bajas los alimentos grasos) disminuyeron más de un 30%; el DDT (plaguicida prohibido hace más de 30 años), descendió un 39%, mientras que los niveles de su principal metabolito, el DDE, lo hicieron un 53%. Leer artículo previo relacionado: COP*: ¿obesógenos ambientales?*Compuestos orgánicos persistentes (llamados en el artículo Compuestos tóxicos persistentes)
El hexaclorobenceno (un fungicida) y el beta-hexaclorociclohexano (un compuesto relacionado con el insecticida lindano) disminuyeron un 53% y un 50%, respectivamente. La magnitud del descenso en los niveles corporales de los tóxicos fue similar en mujeres y hombres, algo mayor en las personas más jóvenes, y mayor en las personas obesas. Es la primera vez que una ciudad española analiza las concentraciones sanguíneas de compuestos tóxicos persistentes en dos momentos diferentes; tampoco lo ha hecho ninguna comunidad autónoma. Barcelona integró tales análisis en los sondeos o encuestas de salud que se realizaron en muestras representativas de su población en 2002 y 2006. Otras ciudades llevan a cabo encuestas de salud, pero ninguna ha analizado nunca la contaminación interna por CTP. En los dos años mencionados los métodos epidemiológicos y químicos fueron idénticos, garantizando así la validez de la comparación. Nuestro estudio lo publica la revista Science of the Total Environment. Los resultados, en líneas generales, deberían ser extrapolables al resto de España, aunque habría que estudiarlo y tener en cuenta los condicionantes de cada lugar.Las razones de la disminución no están claras. Lo más verosímil es que se deba primordialmente a las políticas de control de los CTP en alimentos desarrolladas durante décadas por las autoridades y empresas que operan en la ciudad. Las mezclas de CTP que habitualmente se detectan en las poblaciones del planeta tienen efectos inmunosupresores, inflamatorios, neurotóxicos, metabólicos, endocrinos, epigenéticos o cancerígenos. Existen amplios conocimientos científicos —aunque no siempre concluyentes, como es habitual en ciencia— de que estos compuestos aumentan el riesgo de diversos cánceres (como los linfomas no-Hodgkin), infertilidad, asma, párkinson, diabetes, problemas tiroideos o de aprendizaje. Es pues plausible que la contaminación por CTP explique una parte relevante de la carga de enfermedad que sufrimos. Entre los ciudadanos existen grandes diferencias en su contaminación; por ejemplo, el nivel sanguíneo más alto de DDE hallado en una persona (8.227 nanogramos/gramo, ng/g) fue 1.100 veces superior al de quien tuvo menos (7 ng/g); las concentraciones de otros compuestos son en unas personas centenares de veces superiores a las de otras. Las razones de las diferencias interindividuales en la impregnación corporal por tóxicos no están claras, aunque esta suele aumentar con la edad y el peso.Ocho de los 19 CTP analizados se detectaron en la mayoría de la población barcelonesa: el DDT se detectó en la sangre del 97% de los participantes y el DDE en el 100%, mientras que el hexaclorobenceno y el beta-hexaclorociclohexano se detectaron en un 98% y un 97%, respectivamente. El número mínimo de contaminantes que se detectó en una persona fue de cinco, y el máximo, 15. Por tanto, la totalidad de la población almacena estos compuestos. El 72% de los barceloneses acumula en su cuerpo 10 o más tóxicos; ese porcentaje era el 90% en 2002. Los datos son en buena medida extrapolables a otras poblaciones españolas. Los 19 contaminantes analizados son una cifra modesta en relación a las decenas de compuestos que pueden detectarse en un ciudadano medio. Muchos estudios analizan los niveles de cada CTP individualmente, no conjuntamente; observan entonces que una mayoría de la población tiene niveles muy inferiores a los de una relativa minoría. Este hecho —y la proverbial ceguera ante lo obvio, que también afecta a los científicos— ha hecho que durante años se creyese que apenas nadie tiene concentraciones altas de tóxicos. Lo que ha resultado ser falso, como ha puesto de relieve otro estudio nuestro, basado en una muestra representativa de la población de Cataluña, de inminente publicación en la revista Environment International. El punto de partida es la ignorancia existente a nivel mundial acerca de una cuestión muy simple: ¿todos los individuos con niveles corporales bajos de algunos contaminantes tienen concentraciones asimismo bajas de otros contaminantes? (y, por tanto, la minoría que tiene concentraciones altas de algunos las tienen también altas de otros compuestos); ¿o más bien ocurre que algunos individuos con concentraciones bajas de ciertos contaminantes tienen concentraciones altas de otros? La respuesta correcta ha resultado ser la segunda: más del 58% de los 919 miembros de la muestra tuvieron concentraciones altas de uno o más de los 19 CTP analizados; el 34% de la población tiene niveles altos de tres o más tóxicos. Entre las mujeres de 60 a 74 años, el 48% tiene concentraciones altas de seis o más compuestos. Tan solo el 4% de la población catalana tiene concentraciones bajas de todos los CTP analizados. Por tanto, algunos subgrupos de ciudadanos acumulan mezclas de CTP a concentraciones altas. Las componentes del sistema económico global causantes de la actual crisis generaron numerosas prácticas y productos financieros que -con curiosa sinceridad- se denominan tóxicos. La metáfora tiene la virtud de aludir a la naturaleza venenosa de las causas de la crisis y a sus perniciosos efectos. Pero entre éstos no contabiliza la carga de sufrimiento, enfermedad y muerte que el sistema vigente contribuye a causar. Es más, todos sabemos que esta no es una crisis exclusivamente financiera o económica, sino una crisis de ciertos modelos de economía, política y cultura. Disminuir la contaminación humana por compuestos que no son tóxicos metafóricamente, sino literalmente, exige que promovamos otros sistemas de economía, cultura y sociedad. Debemos promover políticas públicas y privadas más humanas, saludables y socialmente eficientes -otras políticas sobre ganadería y agricultura, consumo y seguridad alimentaria, condiciones laborales, energía, medio ambiente y salud pública. Es tiempo de que las organizaciones ciudadanas hagan aumentar el cumplimiento de las normas jurídicas autonómicas, estatales e internacionales -como la Ley General de Salud Pública y el Convenio de Estocolmo- que establecen que los gobiernos (central, autonómicos y municipales) deben vigilar y controlar la contaminación interna por compuestos ambientales. Sería toda una señal de que ya funcionan los nuevos valores, conocimientos y políticas que necesitamos para salir auténticamente de la crisis, por tantos motivos en verdad tóxica.