Misión: envenenar topillos. Por Carlos de Prada. estrelladigital.es. Los agricultores de Castilla y León reparten montoncitos de semillas tratadas con bromadiolona con el objetivo de matar a estos pequeños roedores. Los campos de algunas zonas de Castilla y León están sembrados de veneno. Los agricultores reparten montoncitos de semillas envenenadas por aquí y por allá. El objetivo: matar a unos pequeños roedores que han generado una enorme polémica en los últimos tiempos.Ver artículo previos relacionadosen nuestro portal.
Los protagonistas de la historia, e incluso, en algún momento, de la histeria, son unos animales de simpático aspecto y nombre -los topillos- que muchos agricultores y la Junta de Castilla y León combaten con saña inusitada al atribuirles haberse convertido en una plaga que puede generar graves daños a los cultivos. Entre las zonas que se dicen afectadas figuran algunas del este de la palentina Tierra de Campos, la Moraña abulense, la salmantina Peñaranda de Bracamonte, la segoviana Cuéllar o el sur de Valladolid. Sin embargo, los sombríos augurios de algunos no se ven correspondidos con la opinión de otros. Científicos, cazadores y ecologistas cuestionan que exista realmente una plaga de consideración y, sobre todo, que la forma de combatirla deba ser precisamente llenar de venenos los campos. Como en una guerra química en toda regla contra estos micro-mamíferos. La Junta de Castilla y León dedicó un tiempo a atesorar todo un arsenal. Nada menos que 144 toneladas de grano tratadas con un pesticida y las ha estado repartiendo entre los agricultores que están procediendo a diseminarlas por las zonas de cultivo. La cosa no es de broma, aunque las ponzoñosas semillas estén impregnadas en un veneno llamado bromadiolona, un peligroso rodenticida anticoagulante, que hace que los animales que lo ingieran mueran por hemorragias internas. Unos y otros blanden sus argumentos. Que si hay plaga, que si no. Que si veneno sí, que si veneno no. A un lado la Junta de Castilla y León y muchos agricultores. Al otro; científicos, naturalistas y cazadores. Y allá, a su frente, el topillo con sus oscuros ojillos ¿amenazadores? Los detractores dicen que no es para tanto. Que para estimar la cantidad de topillos se han usado métodos que pueden magnificar de 10 a 20 veces el número que realmente hay de estos animales. De modo que para ellos es más que dudoso que haya una cantidad de topillos que justifique el revuelo creado y sobre todo, la adopción de tales medidas. El Grupo de Recuperación de la Fauna Autóctona (GREFA) y científicos del CSIC realizaron un estudio en una de las áreas en las que se decía tenía plaga de estos roedores, y no hallaron tantos topillos. Es más, según ellos "se había producido un descenso de un 40% de los topillos entre diciembre y febrero". Los investigadores comprobaron como, en ningún caso, se habían encontrado "densidades superiores a 50 topillos por hectárea, considerado el umbral que marca la necesidad de adoptar medidas según la principal obra técnica sobre control de topillos, editada por la Junta de Castilla y León". Por otro lado, ya se sabe, las armas, especialmente las químicas (aunque sean para roedores diminutos) puede cargarlas el diablo. Según un amplio informe científico que se entregó a la Administración, el problema es que las víctimas pueden no ser solo los topillos. Otros muchos animales, pueden verse envenenados. Por ejemplo, muchas aves granívoras, es decir, especies que se alimentan de granos, y que podrían ingerir las venenosas semillas de cereal. Se teme que entre las especies afectadas pudieran llegar a contarse, incluso, alguno de los principales enemigos naturales de los topillos. Ya que se ha documentado que algunos de estos animales, por ejemplo aves rapaces, pueden verse afectados al comer reiteradamente topillos envenenados, cosa nada difícil en principio, por otra parte, ya que un roedor afectado puede ser más fácil de capturar. Una especie de tentador regalo envenenado para sus ávidas garras. De ese modo, dicen los expertos, se podría hacer un flaco favor a los mecanismos naturales de control de los topillos, es decir a los depredadores que se los comen, lo que podría llevar a que en el futuro se cosechasen acaso mayores explosiones demográficas de estos y otros animales acaso más reales que la actual. "La mejor forma de mantener a raya a los topillos es, junto a otras medidas, promover las poblaciones de sus enemigos naturales", apunta Fernando Garcés, del Grupo de Recuperación de la Fauna Autóctona (GREFA) que precisamente lleva un tiempo trabajando en diferentes puntos de Castilla y León en ése sentido, intentando favorecer la abundancia de las aves predadoras de los topillos. Esta asociación conservacionista, en colaboración con diferentes entidades científicas, lleva tiempo llenando los campos de algunas zonas castellanas de casetas anidaderas para propiciar el asentamiento de especies predadoras de los topillos como los cernícalos o las lechuzas, y favoreciendo a otros predadores, como la comadreja, eficaces rodenticidas biológicos. Es probable que acciones de este tipo debiesen prodigarse con apoyo oficial, ya que servirían, junto con otras medidas, para algo que se lleva tan poco en nuestra sociedad como es la prevención de los problemas, a fin de no tener luego que intervenir en situaciones de urgencia cuyo aparente dramatismo puede nublar las mentes. Se ha discutido también el grado de eficacia real de los envenenamientos sobre las poblaciones de topillos. Y es que aunque la Junta de Castilla y León defiende que otros años ha sido algo muy efectivo, algunos naturalistas y científicos lo ponen en duda. Sí, las poblaciones de topillos cayeron tras los tratamientos, pero es que comentan que, como pasa con otros roedores, estos, de manera natural, suelen sucumbir en masa después de sus explosiones demográficas cíclicas, sin necesidad de que nadie los envenene. Es decir, que es difícil discriminar sí sin intervención humana no habría venido a pasar más o menos lo mismo. Pero sin posibles efectos secundarios. Originariamente el topillo campesino (Microtus arvalis) estaba ante todo en las montañas del norte de España. Pero parece que las transformaciones que trajo consigo la intensificación agraria cambiaron el panorama. Paradójicamente, parece que fueron los propios agricultores los que los atrajeron. La expansión de regadíos en la meseta -como los de alfalfa- hizo que, junto con la trivialización de los paisajes agrarios y otros factores, sobre todo a través de las riberas de los ríos, a lo largo de las últimas décadas, muchos topillos, fuesen aventurándose, cada vez más y más, en la meseta. Cosas como el endulzamiento climático deben también haber echado una mano, así como el aumento de barbechos y otros factores. Aunque, ya que el disparate no está ausente de esta tragicomedia de los topillos, todavía corren leyendas rurales (que no urbanas) de helicópteros -del ICONA o de ecologistas- que arrojaban los topillos desde el aire, como los paracaidistas en el día D, todo para colonizar nuevas tierras para estos roedores a fin de dar de comer a las águilas. Los topillos, reciben su nombre por tener una conducta semejante a los topos en cuanto a que se dedican a excavar galerías superficiales (aunque no tienen nada más que ver con los topos, que no son roedores sino insectívoros). En las salidas de sus galerías se acumulan unos inconfundibles montoncillos de tierra. Es precisamente a las entradas de ésas galerías subterráneas donde, según las indicaciones dadas a los agricultores por la Junta de Castilla y León, deberían introducirse las semillas de la muerte. Solo en aquellas, dicen los técnicos, donde se vea que hay actividad reciente de los animales. Dicen que con ello se evitaría un tratamiento más indiscriminado y peligroso. En principio se pondrían veinte gramos de semillas ponzoñosas por cada galería, tapando un poco para que no se las coman otras especies. Cuidando que no queden granos fuera. Una forma supuestamente segura de usar el veneno. Pero difícil de controlar, ya que el campo castellano leonés es muy grande para ver qué se hace con cada puñadito de 144 toneladas de semillas envenenadas en manos de tanta gente. Además, incluso aunque se cumpliese, no sirve para garantizar plenamente, según los detractores del uso de venenos, que no haya daños a otras especies diferentes del topillo. Es lo que piensan, por ejemplo, muchos científicos que se han echado las manos a la cabeza ante lo que consideran un disparate peligroso e innecesario. Por ello firmaron un manifiesto en el que alertaban del riesgo de lo que se llama intoxicaciones secundarias que podrían dañar a la fauna salvaje, de las que ya se ha hablado antes. Entidades como SEO-Birdlife, WWF o Ecologistas en Acción, entre otras, son de la misma opinión. Científicos del CSIC y varias universidades, solicitaron que se adoptasen otras medidas menos peligrosas y más eficaces como la destrucción mecánica de los túneles y madrigueras, o, en algún caso, inundarlas. Llueve sobre mojado. No es la primera vez que se usa el veneno contra el topillo en Castilla León. Hace unos años ya se hizo (2007, 2008, 2012), habiéndose denunciado las nefastas consecuencias que tuvo para otras especies, aparte de cierto grado de riesgo sanitario generado. Grandes devoradores de topillos como el milano real, una especie en peligro de extinción, se habrían visto afectadas. Son muchas las especies que comen topillos y con frecuencia en grandes cantidades. Cualquiera que haya subido a nidos de cigüeña en algunas zonas de la meseta castellano leonesa habrá visto las cantidades de ellos que pueden amontonarse allí llevados por los padres para alimentar a los pollos. Igualmente pasa con especies como el águila ratonera, los cernícalos, los mochuelos, los búhos chicos, las lechuzas… Incluso en los casos en los que no se llegase a producir la muerte de ejemplares por envenenamiento agudo, no cabe descartar en algún caso efectos subletales, como por ejemplo los reproductivos u otros, como mermar sus facultades de otros modos en la ya de por sí dura aventura de la supervivencia. Entre las especies que pueden verse más afectadas destacan algunas que son piezas cinegéticas como las liebres o las perdices lo que ha hecho que muchos cazadores se opongan al uso de veneno y especialmente en forma de semillas tratadas con él y que sean los agricultores los que lo usen y no técnicos. En lugar de eso, como comentaban representantes de la Federación de caza, deberían haberse adoptado medidas preventivas de modo que el veneno fuese lo último, porque es una medida que puede hacer mucho daño y, además, es incontrolable, nadie puede asegurar lo que puede pasar tras su aplicación. Temen que pase como hace unos años cuando los venenos usados contra los topillos dañaron a las poblaciones de liebres. Multitud de otras especies pueden verse afectadas caso de ingerir los granos ponzoñosos: palomas, calandrias, alondras, avutardas, gangas… De hecho, en años anteriores, se recogieron cadáveres de muchas de estas aves, cuando el veneno se esparció por infinidad de tierras usando sembradoras, a pesar de que los fabricantes advierten en la etiqueta de que podía contaminar los suelos y aguas y que hay que retirarlo después de usarlo. ¿Qué sucederá esta vez?