Crímenes, venenos y antídotos. Por Francisco Javier Alonso. finanzas.com. 05/08/12. Todos los venenos dejan un rastro. Para detectarlo, los CSI españoles emplean decenas de procedimientos científicos y máquinas de vanguardia. Entramos por primera vez en el corazón del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses.Por las puertas de los laboratorios del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses pasan cada año unas 18.000 muestras. Leer artículo previo relacionado:Los informes analíticos toxicológicos son más lentos que en las series de TV, a propósito de Amy
Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses
En muchos casos se trata de pruebas que pueden resultar claves en diversos procesos judiciales, que tratan de resolver desde intoxicaciones por alcohol o drogas hasta el clásico envenenamiento. «En 2011 realizamos unos 4100 informes periciales», comenta la jefa del Servicio de Química, Ana Martín Castillo, que dirige un equipo de 30 expertos. Lo más común es analizar sangre, orina, contenidos gástricos y muestras de pulmón, hígado o riñones, pero en ocasiones hay que recurrir al humor vítreo, que se encuentra detrás de la córnea y el cual resulta útil al estar más protegido de la putrefacción o de los traumatismos que otros líquidos; o a un cabello, que, al crecer un centímetro al mes de media, permite realizar un estudio retrospectivo de los tóxicos que se van acumulando en el mismo. Utilizan técnicas de análisis variadas, pero, si lo que buscan es cianuro o arsénico, emplean el ultravioleta visible o la espectrofotometría de absorción atómica, con máquinas que en algunos casos cuestan casi medio millón de euros. La Policía científica se suele encargar de analizar las pruebas y los objetos recogidos en la escena del crimen. «Cuando nos enfrentamos a determinados casos, nos toca estudiar los últimos avances en las revistas científicas», comenta Begoña Sánchez, jefa del Grupo de Tóxicos del Laboratorio Químico-Toxicológico de la Unidad Central de Análisis Científicos de la Comisaría General de Policía Científica. Allí resuelven cada año cerca de un millar de casos, sobre todo intoxicaciones por fármacos, nuevas drogas y pesticidas, entre otros. Las rencillas familiares también están detrás de otros casos que investigan estos agentes. Normalmente actúan después de que el intoxicado llegue al hospital. Cuando hay sospechas, una brigada policial va al domicilio y recoge muestras de la comida y bebida para analizarlas. En los últimos años han encontrado en las neveras de las víctimas vino con lejía, alimentos con insecticida, zumo con amoniaco e incluso un paté con semillas de ricino que contienen un tóxico que causa hemorragia intestinal, diarrea, vómitos, deshidratación e hipotensión hasta llegar a la muerte tras cinco o diez días de agonía. Nada nuevo, históricamente hablando. La primera referencia escrita sobre venenos data del año 1500 antes de Cristo. Es el Papiro de Ebers, un completo tratado médico y de farmacología redactado en el antiguo Egipto. Una de las últimas referencias es el libro de la catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla Adela Muñoz Páez, que acaba de publicar Historia del veneno (Editorial Debate), donde repasa las sustancias que terminaron con la vida de diversos personajes ilustres. Y es que, aunque ya no sean tan usados como en la Roma clásica, siguen teniendo el perverso encanto de aspirar a protagonizar el crimen perfecto, el crimen indetectable.Eso casi ocurre en el caso de Yasser Arafat, que, según el comité médico que investiga su muerte en 2004, parece que murió envenenado por una sustancia tóxica. Los indicios apuntan al isótopo 210 del polonio, que también fue utilizado para liquidar a Alexander Litvinenko (véase el recuadro). Pero pocos venenos tienen un palmarés que incluya a personajes tan relevantes como Nelson Mandela o Fidel Castro, contra los que se planeó usarlo. Es el talio, popularizado por la escritora Agatha Christie y que parece el veneno perfecto: sus sales son incoloras, inodoras e insípidas y lo que es peor hacen efecto varios días después de ser ingeridas. Esto último lo convirtió en el tóxico favorito de Sadam Husein, que lo empleó para eliminar a sus opositores políticos en Irak. La dosis letal es algo menos de un gramo, aunque unos pocos miligramos producen psicosis y alteraciones del sistema nervioso. Y como sus síntomas antes se confundían con enfermedades neurológicas o intestinales, muchos crímenes han podido quedar impunes. No obstante, hay un antídoto muy eficaz: el ferrocianuro de potasio o azul de Prusia, un pigmento de la tinta azul que funciona como un agente secuestrador de la ponzoña. Pero el veneno también cura. Esa es su paradoja: demasiado mata; un poco cura. El arsénico considerado ‘el rey de los venenos’ se ha usado para tratar la leucemia, y las toxinas que muchos animales utilizan para defenderse se investigan para extraer de ellas fármacos y medicamentos. Y es que la toxicidad es una propiedad relativa, como ya advertía en el siglo XV el médico suizo Paracelso: «Todo es veneno y nada es veneno; la diferencia está en la dosis».