Yadira: la asesina en serie. Por Paulina Maria Yañez Vargas. diariodelhuila.com. 19/05/14. Sus víctimas siempre fueron hombres de avanzada edad. Los investigadores siguieron su actuar hasta tener las pruebas suficientes para acusarla. Hasta hoy ha sido condenada cinco veces y aún faltan procesos por resolver. Semidesnudos y sin señales de violencia aparecían los hombres que confiaron en Yadira Narváez Marín. Darles veneno era su manera de “dejar todo sano”. La mujer de Solita, Caquetá y descrita desde el inicio de las investigaciones como una “mujer gordita, bajita, de cabello largo y rasgos indígenas” fue apodada como la Reina de la escopolamina. Hoy está en la cárcel Las Heliconias en Florencia y los jueces la han hallado culpable en cinco ocasiones.Leer relacionados: Publican una novela gráfica sobre la envenenadora serial de Bremen del siglo XIX y La más famosa envenenadora serial de Argentina
Pero la sustancia que usó para acabar con la vida de los motociclistas nunca fue escopolamina. Usaba un poderoso agroquímico llamado Furadán o Carbofurán que es utilizado para el control de plagas en los cultivos. Sabía cuál era su efecto en el organismo y lo agregaba a las bebidas que ofreció a Gustavo Arriguí, Leonidas Polanía, Simón Vega (un sobreviviente), Libardo Torres, Ferney Lozano y muchos más que ni ella puede contar. Tenía una finca y de los insumos que compraba para la misma robaba las dosis que luego les dio. “Era más fácil que dispararles”, dijo en una entrevista con un medio nacional. No quería generar ruido ni sospechas. De antemano sabía que el Furadán causaba la muerte de manera instantánea y de esa manera no “bregaban mucho”. Habla en plural porque también manifestó que no actuaba sola. Contó que era un grupo de cuatro personas el que planeaba las acciones ilícitas y Yadira la que se encargaba del “trabajo sucio”. Entre éstas estaba su novia. Llegaron a decir que la Reina de la escopolamina estuvo cegada por el amor y por el dinero. Los llevaba a hoteles Las residencias eran los lugares escogidos para ‘negociar’ los vehículos que luego hurtaba tras dejar el cadáver en alguna habitación. Se aseguraba de que el veneno cumpliera su labor y luego sí salía. Los cuerpos inertes quedaban cerca de los baños, por lo general. Después de ingerir el tóxico la respiración se les dificultaba y les daba calor así que buscaban la ducha. Sin embargo, hubo espacio para la excepción y una de ellas fue Simón Vega. Oriundo de la capital del Caquetá, fue contactado por Yadira para que le vendiera su motocicleta. Lo condujo hasta una residencia y le comunicó que esperarían a su hijastro para verificar que los documentos estuvieran en regla. En la espera le ofreció una cerveza que le produjo malestar. Simón se fue para el baño con desaliento y su mundo dando vueltas. Se salvó de morir porque allí vomitó una sustancia rosada pero perdió su moto en medio del traslado para recibir atención médica. La ruta para atraparla Policías de la Sijín supieron de casos de muertes en extrañas condiciones en Florencia -primer lugar donde se reportaron las andanzas de Yadira- y fueron atando cabos. Los elementos comunes: hombres de avanzada edad, pérdida de pertenencias -motos y otros-, causa del fallecimiento indeterminada y ausencia de señales de violencia. Pero los vecinos declararon e hicieron mención a una mujer. En los reconocimientos fotográficos se estableció su identidad además de que en un closet de una de las víctimas tenía todos sus datos incluidos el número de cédula. Las sospechas se confirmaron con la denuncia de Simón Vega pero no tenían pruebas para acusarla de homicidio. Finalmente, mientras esperaba transportarse de Neiva a Rivera, fue sorprendida por las autoridades y enviada a la cárcel. Al inicio se declaró inocente pero después la Fiscalía consiguió establecer el elemento que faltaba: los homicidios fueron producidos por un veneno de alto poder. Así, sin más alternativa y con cara de resignación, aceptó los cargos. Ese día estuvo frente al juez con un chaleco antibalas. Familiares de las víctimas la vieron con el cabello recogido en un moño, tal como lo usa siempre. Cinco condenas Los crímenes ocurrieron entre agosto y diciembre de 2011. Su primera condena fue de 42 meses en el primer proceso por hurto calificado. Los muertos se enterraron en el Tolima, Huila, Caquetá y Putumayo. La Reina de la Escopolamina sólo tuvo temor de verlos cuando le quitó la vida al primero, después se le quitó el terror. “Operábamos todos los días”, confesó. “Manejábamos plata y teníamos una vida bien. Nos dedicábamos a viajar y a disfrutar”. La segunda vez que un juez decidió en su contra fue condenada a 35 años de cárcel. Eso ocurrió el 31 de enero de 2013. La tercera por otro florenciano. La cuarta proferida el 30 de abril de 2014 por cerca de veinte años en el caso de un mototaxista neivano. La quinta por otro asesinato, sin terminar, la condenó a siete años. Por alguna razón, se ha cubierto el rostro con las manos en las últimas audiencias. __________________________________________________________________________________________
Leer relacionado: La envenenadora de Valencia.lavanguardia.com. 19/05/14. Pilar Prades abandonó su pueblo a los 12 años para emigrar a la capital en busca de oportunidades. Analfabeta y poco agraciada, entró a servir en varias casas, pero su gesto adusto y su introvertido carácter dificultaban su asentamiento. | Desquiciada, al percibir una oportunidad de medrar tomó la alternativa criminal. Conjurada para convertirse en la nueva ama de la casa, envenenó a su señora con el veneno de las hormigas. Alentada por el éxito de su crimen, se atrevió a repetirlo en su siguiente destino. | Su devenir criminal la conduciría al garrote vil, convirtiéndola en la última mujer ejecutada en España. Asesinó a su señora con arsénico. Descubierta tras intentarlo con la segunda, ostenta el dudoso honor de ser la última mujer ejecutada en España. Pilar Prades abandonó su pueblo a los 12 años para emigrar a la capital en busca de oportunidades. Analfabeta y poco agraciada, entró a servir en varias casas, pero su gesto adusto y su introvertido carácter dificultaban su asentamiento. Desquiciada, al percibir una oportunidad de medrar tomó la alternativa criminal. Conjurada para convertirse en la nueva ama de la casa, envenenó a su señora con el veneno de las hormigas. Alentada por el éxito de su crimen, se atrevió a repetirlo en su siguiente destino. Su devenir criminal la conduciría al garrote vil, convirtiéndola en la última mujer ejecutada en España. Pilar Prades podría haber protagonizado la clásica novela de misterio, aquella en la que el asesino indefectiblemente es el mayordomo. En la España de los 50, el prototipo de mayordomo lo personificaba la chica de servir, eufemismo que definía a aquellas jóvenes, en su mayoría analfabetas, que abandonaban su pueblo para emigrar a la capital. Allí trabajaban como criadas en las casas de familias de posibles mientras intentaban pescar marido, encontrar un hombre que, salvándolas de su servil destino, les permitiese lucir su ajuar.Pilar Prades era una de ellas. Llegada de Bejís (Castellón) a Valencia con 12 años, su gesto adusto, que escondía su personalidad introvertida, la llevó de casa en casa, llegando a cambiar de domicilio tres veces en el mismo año. Hasta que en 1954, ya talluda para la época, contaba 26 años, entró a servir al matrimonio Vilanova. Enrique y Adela no tenían hijos y regentaban una chacinería, por lo que precisaban de una criada que se ocupase de la casa y echase una mano en su negocio cuando fuese necesario. Pilar se encontró en su salsa: la casa sin hijos era fácil de llevar y la posibilidad de trabar contacto con las clientas en el comercio de sus amos la subyugaba.Su señora, Adela, tomaba infusiones con regularidad y en la casa se utilizaba una sustancia de espesa consistencia y sabor dulzón, un matahormigas, un veneno que se podía adquirir en cualquier droguería con el nombre de Diluvión.Pilar vislumbró en ese veneno una solución a su estancada situación.Las infusiones de su señora pasaron a ser más dulces desde entonces, y su estómago paralelamente devino más sensible. Los médicos que la atendían, desorientados, ajenos a los extraños síntomas que su paciente presentaba, habían acudido a su cajón de sastre diagnosticándole un mal recurrente, gripe. Hasta que un buen día, Adela no pudo levantarse, y tras varios días de agonía fallecía dejando solo a su esposo al frente de la chacinería. Pilar tenía así el campo libre: el asombrado Enrique, aún de duelo, veía a Pilar tras el mostrador luciendo el almidonado delantal que había llevado a diario su bienamada esposa.La chica de servir se había sobrepasado y es despedida sin miramientos. Dolida, abandona Valencia.Pilar se encuentra de nuevo a la deriva hasta que otra chica de servir, Aurelia Sanz Hernández, con la que ha trabado amistad en la sala de baile a la que ambas acuden, ‘El Farol’. Ella consigue que la contraten como doncella en la casa donde trabaja como cocinera. El domicilio pertenece al doctor Manuel Berenguer y su esposa, Mª del Carmen Cid. Las dos pasan sus tardes libres juntas en fraternal amistad hasta que un día un chico que interesa a ambas demuestra su interés por Aurelia, más joven y atractiva. Los celos reconcomen a Pilar y a las pocas semanas Aurelia enferma: sus síntomas preocupan al doctor, la joven se ve aquejada de una parálisis progresiva de origen incierto. El doctor Berenguer la ingresa en un hospital donde, curiosamente, la paciente demuestra una notable mejoría. Poco después, la señora de la casa, Mª del Carmen, empieza a padecer los mismos síntomas. La sospecha empieza a alumbrarse en la mente del doctor, que despide a Pilar y, muy preocupado, consulta con otros colegas. La teoría del envenenamiento empieza a tomar consistencia pero, antes de denunciar a Pilar, debe tener pruebas de que ha existido una intoxicación. En espera del resultado de los análisis, decide contactar con el antiguo jefe de Pilar, Enrique Vilanova. Este le informa de la inexplicable muerte de su esposa y del sospechoso comportamiento de Pilar. Al conocer los síntomas padecidos por la fallecida, el doctor Berenguer presenta la denuncia en la comisaria de Ruzafa, pidiendo la exhumación de su cadáver. El cuerpo de Adela aparece en pleno proceso de momificación, prueba ineludible de la existencia de una sustancia química.La policía detiene a Pilar y, al registrar su habitación, da con una botellita de Diluvión oculta entre su ropa.La envenenadora ha sido descubierta.Pilar se declara inocente, haciendo caso omiso de su abogado defensor, que le advierte de que la pena de muerte la acecha y que sólo su confesión de culpabilidad puede evitarla, conmutándose por una condena de entre 12 y 16 años de reclusión. Pero la envenenadora continúa defendiendo su inocencia.La policía la somete a un duro interrogatorio, que se prolonga durante treinta y seis horas, durante las que se le niega el descanso y se le suministran aspirinas como único alimento.En un momento de debilidad, confiesa haber suministrado una infusión de boldo, hierba medicinal estomacal cuyo desagradable sabor había intentado paliar con un poco de aquel líquido dulce, sin saber de qué se trataba, apoyándose en su analfabetismo. La policía no logra que aluda a los envenenamientos de su primera señora, Adela, y de su amiga.El 9 de noviembre de 1957 el tribunal encargado de dictar el fallo en el proceso seguido contra Pilar, acusada de envenenadora, la condena a la pena capital por el asesinato de doña Adela y a veinte años de reclusión mayor por cada uno de los intentos de envenenamiento frustrado de doña Carmen y Amelia.La prensa de la época se ceba en el caso: ‘la envenenadora de Valencia’ copa sus páginas. Convertida en una estrella mediática, muy a su pesar, Pilar, se halla en boca de todos. La frialdad de su crimen conmueve a la opinión pública.El Tribunal Supremo confirma la sentencia y el Consejo de Ministros firma el enterado, por lo que la ejecución debía llevarse a término inmediatamente. Pero Pilar confía en obtener el indulto por parte de Franco, dado que hacía diez años que no ejecutaba a ninguna mujer en España y varios homicidas habían visto conmutada la pena capital La asesina pasaría a ostentar el dudoso honor de ser la última mujer ejecutada en España y mediante el más terrible, lento y doloroso de los métodos, el garrote vil. El verdugo debe ir dando vueltas al tornillo hasta que logra desnucarlos. La crueldad del ajusticiamiento era tal que en ocasiones atemorizaba a los propios ejecutores, como ocurriría en el caso de Pilar.Antonio López Guerra, al enterarse de que la ajusticiada es una mujer, se niega a llevar a cabo la ejecución. La prisión de mujeres de Valencia enmarca el espeluznante suceso. Pilar proclama a gritos su inocencia, lo que reafirma la decisión del verdugo, que debe ser emborrachado. Todos confían en la llegada del indulto que nunca llega, hasta que a las siete de la mañana, una hora más tarde de lo previsto, Pilar y su verdugo son arrastrados al patíbulo. Una vuelta y media de manivela después ‘la envenenadora de Valencia’ ha muerto.