
Al principio, los aparatos de la “Escuadra aérea de Marruecos” sobrevolaban el campo de batalla para evaluar las fuerzas de Abdelkrim. En una segunda fase, los pilotos arrojaban bombas y gases, y, ametrallaban a civiles, poblados y mercados para atemorizar a los combatientes rifeños. En una crónica, del 20 de diciembre de 1921, el corresponsal de guerra de Heraldo de Madrid exaltaba la eficacia de los bombardeos de la aviación con esos términos: “Nuestras escuadrillas de aviación continúan bombardeando campos y poblados moros, sembrando así el terror y la confusión entre los cabileños. Nos parece acertadísimo el procedimiento. Esos bombardeos deben seguir sin interrupción y con la máxima intensidad (…) No nos cansaremos de repetirlo. Las fuerzas coloniales deben hacerse a base de emplear aquellos medios ofensivos de que el enemigo no puede disponer; de algo ha de servir la superioridad de civilización y de recursos. El aeroplano es un arma magnífica, no sólo por el daño material que causa, sino por el efecto moral que produce”.