La creciente medicalización. elcomerciodigital.com.09/12/07. HA presupuestado el Gobierno asturiano 329 millones de euros de gasto en medicamentos para el próximo año, pero si sumamos la farmacia hospitalaria, que por extrañas razones de contabilidad figura en otra partida, la magnitud del gasto se acerca a los 400 millones de euros. Es decir, el presupuesto farmacéutico bordea el 30% de la inversión total en el sistema de salud. Una cantidad a todas luces excesiva, sobre todo si la comparamos con algunos países europeos que dedican a la farmacia en torno al 15% del total del gasto sanitario. El propio consejero de Salud ha reconocido que comprar medicamentos representa bastante más que construir un nuevo Hospital Central todos los años. Por tanto, si miramos en el interior de estos números, ¿cuáles son las causas que explican esta multimillonaria inversión?
Una primera causa (común a todos los países del mundo ‘desarrollado’) es la creciente medicalización de la sociedad. El consumo de medicina (y medicinas) en cuestiones que no son de su ámbito -como el envejecimiento o los ciclos naturales de la vida- es uno de los principales motores económicos de la sociedad postindustrial. El cuerpo humano se ha revelado como una fuente inagotable de consumo y de negocio, superior al petróleo o las telecomunicaciones, y con unas expectativas que parecen ilimitadas. Así, hemos llegado incluso a la paradoja de que el tratamiento de las enfermedades tiene el objetivo de no-curar: «el fármaco que cura del todo no es rentable», señala Richard J. Roberts, premio Nobel de Medicina, porque realmente la pretensión no es curar sino reclutar clientes. Clientes ‘fidelizados’ por enfermedades ‘cronificadas’ (que requieren fármacos de por vida) o clientes sanos que necesitan medicamentos durante largos años para no llegar a estar ‘enfermos’ (lo que explica el despegue de la medicina preventiva). En el próximo futuro veremos la apertura de opciones todavía más prometedoras de consumo (aunque no tanto de salud) como la genómica y los test genéticos que nos convertirán a todos en pacientes potenciales. Por tanto, el gasto farmacéutico, con relativa independencia de la administración sanitaria, será siempre insuficiente si no se interviene sobre las raíces de la medicalización.La segunda causa es el Gobierno central. El Ministerio de Sanidad y Consumo tiene una gran responsabilidad porque suya es la competencia de la prestación farmacéutica. Es cierto que la anterior ministra, Elena Salgado, consiguió atemperar el crecimiento del gasto mediante la aplicación del plan estratégico y de la Ley del Medicamento. Lo que hay que reconocer sin ambages; pero la asignatura pendiente del ministerio, en opinión de los expertos, es dejar de financiar todo tipo de medicamentos y casi a cualquier precio. Si el ministerio se limitara a financiar -negociando los precios-, los 350 medicamentos (o no muchos más) que han mostrado suficiente utilidad y valor terapéutico para cubrir todas las necesidades del sistema sanitario, entonces ganaríamos en salud, en seguridad en el uso de los medicamentos y caería el gasto farmacéutico de forma radical. Pero para aplicar esta medida, aparentemente tan simple pero en realidad tan sensible porque topamos con las multinacionales farmacéuticas y con la evidencia de que el Gobierno central carece de peso o voluntad política para implementarla. La tercera línea de responsabilidad, aunque no en importancia, se sitúa en el Gobierno asturiano que tiene la competencia de gestionar la prestación, lo que es muy trascendente en la calidad, la seguridad y el coste de la atención farmacéutica. Le corresponde a la Consejería de Salud, por ejemplo, promover el uso racional de los medicamentos o el fomento de los medicamentos genéricos. Y sus resultados son pobres como se puede comprobar con los genéricos, cuyo consumo permanece estancado en Asturias, en torno al 15%, mientras que en otros países europeos e incluso en los Estados Unidos (donde sus indicadores sanitarios son deficientes, aunque con excepciones como es el caso) el consumo de genéricos representa entre el 50 y el 70% del total de las ventas de medicamentos, como nos ha recordado hace pocos días la prestigiosa revista ‘New England Journal of Medicine’. A la Consejería de Salud también le correspondería regular la buena práctica profesional y las relaciones con la industria farmacéutica, a fin de conseguir una mayor independencia y transparencia de los servicios sanitarios. Sin embargo, las iniciativas a este respecto son prácticamente nulas. La industria farmacéutica interviene en el sector sanitario con un marketing agresivo que confunde promoción con información o propaganda con formación y actualización profesional, pero nada hace nuestra administración sanitaria en este ámbito. Claro está que, mientras no cumpla sus tareas, podremos seguir construyendo cada año un nuevo Hospital Central de naipes o, mejor dicho, de pastillas.