Las muertes de científicos más raras de la Historia. Por P. Biosca. abc.es. 28/11/18. El físico Eugenio Manuel Fernández escribe en su último libro sobre suicidios, asesinatos, fallecimientos accidentales y todo lo relacionado con la crónica negra de la Ciencia. La ciencia se enseña, en la gran mayoría de ocasiones, a través de fórmulas que son capaces de explicar infinidad de fenómenos, desde por qué los pájaros pueden volar hasta la razón de que los planetas del Sistema Solar giran en torno al Sol.
Médicos de la época victoriana examinando un cadáver – ArchivoTodo esto viene en los libros de matemáticas, física, química o biología, que ya suelen contener demasiada información sobre la teoría como para contar también la historia de las personas que hay detrás. Incluso aunque las circunstancias vitales de estos científicos, lo que muchos llaman «destino», les empujasen a indagar en esa dirección. En los libros de texto que todos usamos en la escuela, apenas aparecían unos recuadros pequeños, que contaban pequeñas anécdotas, sin desvelar mucho más de aquel hombre llamado Pitágoras que ideó un teorema que llevaba su nombre y que sirve para que funcione nuestro GPS; o aquella mujer conocida como Marie Curie que descubrió un elemento que hoy puede significar la cura contra el cáncer. Alan Turing y la manzana envenenadaLa trágica muerte de uno de los padres de la computación no tuvo tanto que ver con el progreso científico, sino con el progreso social. Alan Turing (1912-1954), conocido por descifrar la máquina Enigma en la Segunda Guerra Mundial, acudió a la policía en 1952 para denunciar un robo. Al contar que su propio novio, Arnold Murray, había sido quien había ayudado a los ladrones a entrar, el hurto pasó a segundo plano y juzgaron al propio Turing por «indecencia grave y perversión sexual». Encontrado culpable, fue condenado a un tratamiento con estrógenos que le provocó graves daños físicos, incluida la disfunción eréctil. «El 7 de junio fue hallado por su ama de llaves en la cama, envuelto en una muerte de cuento: a última hora de la tarde había dado varios mordiscos a una manzana que parecía estar envenanda con cianuro. Al menos es lo que contaron los periódicos. El gusto por las buenas historias ocupó el resto», cuenta Fernández. La leyenda negra aumentó cuando, efectivamente, se descubrió que había cianuro en su cuerpo y en un laboratorio contiguo a su cuarto, que él llamaba «la habitación de las pesadillas». Sin embargo, nunca se hizo la prueba a la manzana, aunque su madre siempre sostuvo que la ingesta fue accidental. Hay incluso quien apunta al asesinato. Hasta el 24 de diciembre de 2013 Isabel II no firmó una orden de gracia y misericordia para concederle el perdón por la pena, aunque ya llegó a título póstumo. Es más: incluso en los manuales más especializados de Historia de la Ciencia, tampoco aparecen detalladas todas las anécdotas, pequeñas o grandes. Mucho menos las muertes, aunque en ocasiones dieran sentido a toda una vida. Para ello, hay que recurrir a sus biografías individuales. O al libro del Licenciado en Física y profesor de secundaria Eugenio Manuel Fernández, «Eso no estaba en mi libro de historia de la Ciencia» (Guadalmazán, 2018). Pero que no lleve a equívocos, pues Fernández advierte: «Este no es un libro de muerte, es un libro de vida. Son científicos que en su mayoría de fueron precipitadamente, pero dejando mejoras en la vida del resto de la humanidad a corto o a largo plazo. En algunos casos pueden incluso elevarse nuestros personajes a la categoría de héroes». A continuación, 6* de las 150 historias que Fernández ha recopilado para su libro y que, como él mismo señala, «merece la pena mencionar». Karen Wetterhahn y todo lo que enseñaron dos gotasKaren Wetterhahn – WikicommonsLa muerte de Karen Wetterhahn (1948-1997), química neoyorquina y experta en metales pesados, sirvió para que la comunidad científica se replanteara todos los protocolos de seguridad. En el verano de 96, Wetterhahn se encontraba realizando unos experimentos sobre cómo los iones de mercurio interactúan en el proceso de reparación del ADN. Antes había realizado el mismo ritual de siempre: guantes de látex bien ajustados antes de manipular cualquier sustancia. Al tomar dimetilmercurio con una pipeta, cayeron dos gotas sobre su mano, en teoría, protegida, por lo que la química no le dio la mayor importancia. tres meses después, comenzó a sentir dolor abdominal y a perder peso de manera preocupante. Menos de un año después, comenzaron los síntomas neurológicos de una intoxicación por mercurio, metal pesado que en su sangre superaba en 80 veces la cantidad tolerable. «Karen fue una verdadera heroína de la ciencia, pues gracias a ella sabemos que el dimetilmercurio atraviesa en pocos segundos barreras de látex, PVC, butilo, neopreno, y es absorbido sin problemas por la piel», explica el autor. Wetterhahn murió en menos de un año tras su exposición a unas simples gotas líquidas, a la edad de 48 años. Sin embargo, su fallecimiento sirvió para endurecer las normas de seguridad en los laboratorios y evitar otras miles. Jason Altom: «No resucitar. Peligro»Universidad de Harvard, donde estudiaba Jason Altom – ABCEl joven Jason Altom (1971-1998) recibió una beca para trabajar con el Nobel de Química Elías James Corey en la Universidad de Harvard. Trabajador imparable, responsable y aplicado, Corey le había encargado la síntesis de una molécula que sería el comienzo de su carrera científica. Tiempo después, en agosto del 98, encontraron el cuerpo inerte de Altom en su apartamento y al lado una nota en la que se podía leer: «No resucitar. Peligro: cianuro de potasio». El estudiante no quería que nadie muriera intentando reanimarle con el boca a boca (había bebido el veneno que previamente había sustraído del laboratorio de Corey), de ahí la advertencia. Además, dejó otras tres cartas dirigidas a sus padres, al Departamento de Química de Harvard y al propio Corvey. Tiempo después su familia desveló el contenido de las misivas, en las que se afirmaba que la presión a la que sometía la universidad y que había sido la razón de su suicidio «podría haberse evitado». «Los profesores aquí tienen demasiado poder sobre las vidas de los estudiantes de posgrado», escribió. No fue el primer alumno en suicidarse, pero sí del que se supieron los motivos, por lo que se convirtió en un héroe entre los estudiantes al morir con 26 años. «Al año siguiente la molécula que Altom buscaba, la apodofitina, fue sintetizada por compañeros postdoctorales. Publicaron un artículo con el hallazgo en «Journal of the Amercian Chemical Society» e incluyeron al joven entre los autores», relata Fernández. Además, desde entonces, la evaluación de los alumnos se cambió de un solo profesor a un grupo de docentes, que además incluyen a consejeros y psicólogos.
Alan Turing y la manzana envenenadaAlan Turing – Archivo La trágica muerte de uno de los padres de la computación no tuvo tanto que ver con el progreso científico, sino con el progreso social. Alan Turing (1912-1954), conocido por descifrar la máquina Enigma en la Segunda Guerra Mundial, acudió a la policía en 1952 para denunciar un robo. Al contar que su propio novio, Arnold Murray, había sido quien había ayudado a los ladrones a entrar, el hurto pasó a segundo plano y juzgaron al propio Turing por «indecencia grave y perversión sexual». Encontrado culpable, fue condenado a un tratamiento con estrógenos que le provocó graves daños físicos, incluida la disfunción eréctil. «El 7 de junio fue hallado por su ama de llaves en la cama, envuelto en una muerte de cuento: a última hora de la tarde había dado varios mordiscos a una manzana que parecía estar envenanda con cianuro. Al menos es lo que contaron los periódicos. El gusto por las buenas historias ocupó el resto», cuenta Fernández. La leyenda negra aumentó cuando, efectivamente, se descubrió que había cianuro en su cuerpo y en un laboratorio contiguo a su cuarto, que él llamaba «la habitación de las pesadillas». Sin embargo, nunca se hizo la prueba a la manzana, aunque su madre siempre sostuvo que la ingesta fue accidental. Hay incluso quien apunta al asesinato. Hasta el 24 de diciembre de 2013 Isabel II no firmó una orden de gracia y misericordia para concederle el perdón por la pena, aunque ya llegó a título póstumo.
*Nota de SerTox: sólo seleccionamos las tres que tienen que ver con intoxicaciones