A mí me lo confesó: me dijo que las había matado. Se lo negó a la Justicia y a todo el mundo, pero a mí me lo confirmó… Y que el veneno estaba en los saquitos de té y no en las masitas”, relata Martín Murano (50) el único hijo de Yiya, “la envenenadora de Monserrat”, sobre el más crucial de los encuentros con su madre, en 1985, y continúa: “Me contó también que mi padre no era mi padre biológico. Yo lo sospechaba, porque Yiya tenía muchos amantes… Me confesó todo en un lugar secreto, cuando planeaba escapar, después de que le declararan la prisión perpetua y le dieran ocho días para presentarse”, vuelve a sorprender. Sí, pasaron veinte años y desde su casa de Mar del Plata, Martín desgrana y vuelve a desgranar su historia, con la única compañía de los ladridos de Ataúlfa y un cigarrillo tras otro. Entonces, Yiya nunca será “mi madre”, “mi vieja” y mucho menos “mamá”. Es siempre “Yiya”, a secas. Y el relato estremece. “No me ofrezco a cocinarte nada, porque la última vez que un Murano cocinó, ¡le dieron quince años en cana!”, tira como para descomprimir.