Se trataba de una boa constrictora y hasta hace poco la habrían matado. Pero esta vez llamaron al médico local.El doctor Rodrigo Souza llegó al estado nororiental de Bahía hace 12 años y quedó fascinado con la selva y su fauna. Ahora cada vez que una extraña criatura se aventura en una zona edificada, lo llaman.Incluso se le pidió que rescatara a un grupo de pingüinos confundidos, que habían sido arrastrados por una poderosa corriente desde las Islas Falklands/Malvinas en el Atlántico Sur.Souza identifica el incidente del carnaval como un punto de inflexión en su batalla para salvar especies en peligro de extinción en este parche menguante de selva atlántica en el que ha hecho su hogar.Cuando llegó a Bahía era común ver gente vendiendo ilegalmente aves, serpientes y monos al lado de la carretera. Rara vez sucede ahora. Las autoridades tomaron medidas en contra de ese comercio y los locales tomaron conciencia de la importancia de cuidar su ecosistema único.El día que fui a visitarlo, alguien detuvo el tráfico a mitad del camino para permitirle a una serpiente cruzar.La principal pasión de Souza es una serpiente que en la región tiene muchos nombres (ver recuadro): la lachesis muta o surucucu, una de las más venenosas en el hemisferio occidental.En su grueso cuerpo, estas majestuosas criaturas tienen marcas distintivas de color naranja y negro y sensores de calor debajo de los ojos que les permiten ubicar a los mamíferos de sangre caliente.Un ser humano puede morir en cuestión de una hora si es mordido a menos que reciba el antídoto indicado.
Confieso que me siento absolutamente aterrorizada cuando me invita al santuario para verlo levantar casualmente a una serpiente de dos metros de largo con un instrumento que se asemeja a un diapasón metálico gigante.Antes de manipularlas, Souza se pone un overol aislante que impide que salga mucho calor de su cuerpo. Entre tanto, yo me quedo a una distancia prudente, temblando del miedo, en pantalones cortos y camiseta.En busca de calorLa surucucu tiene un estatus casi mitológico entre los indígenas de la selva.Debido a su atracción al calor la llaman "el extinguidor" y le advirtieron a Souza que nunca se siente cerca del fuego en el territorio de esta serpiente, pues puede saltar una distancia de varios metros hacia la fuente de calor y a muy alta velocidad. Una vez lo llamaron a un accidente de tránsito donde una surucucu había atacado el faro de una moto a su paso.Rodrigo Souza es la primera y probablemente la única persona que ha criado estas víboras en cautiverio. Extrae el veneno que luego utiliza para hacer un antídoto para las víctimas de mordedura.El veneno de la surucucu contiene además propiedades médicas únicas de interés para los investigadores del cáncer.Sin embargo, esta majestuosa serpiente está ahora en peligro de extinción a medida que su hábitat desaparece.
No estamos hablando de la magnífica Amazonía sino de la selva atlántica, que en el pasado cubría toda la región costera desde el noreste brasileño hasta la frontera con Argentina en el sur.Pero ahora queda sólo el 6% de ella, unas diminutas islas de verde, la mayoría en el estado de Bahía, e incluso esos parches están en riesgo.ERNC, una empresa minera británica-kazaja, tiene planes para construir un ferrocarril a través de una de las pocas áreas restantes de selva atlántica virgen.La firma pretende transportar mineral de hierro de una mina en el interior al puerto de Iheus, a pesar de que la Unesco declaró a la región como prioritaria para la conservación.Por supuesto que traería puestos de trabajo. Pero para Souza, quien ha estado luchando durante años para preservar este ecosistema único, es una bofetada en la cara. Para él, el ferrocarril representa un desastre ecológico para la selva y sus amadas sucururus.