Producción de alimentos: ¿hay otro camino posible? Por Vanina Lombardi. unsam.edu.ar. 07/12/17. Frente a los desafíos que plantea la producción agropecuaria y el crecimiento en la aplicación de agroquímicos, el modelo extensivo dominante parece excluir alternativas más sustentables. En la Facultad de Agronomía de la UBA se debatió sobre el rol de las universidades, los colegios de profesionales y otros organismos en la difusión de los paquetes tecnológicos.
Un mar de soja, en Rocha
(Sertox)
“La universidad es el lugar donde establecer diálogos sobre temas que nos preocupan, como la producción agropecuaria, la salud, el ambiente y el rol de los agroquímicos en ello”, dijo Rodolfo Golluscio, decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) al dar comienzo a una jornada abierta de debate y reflexión sobre el uso de agroquímicos y su impacto en la salud, el ambiente y las relaciones sociales. ¿Puede coexistir el modelo extensivo dominante con otras alternativas? Además de la capacidad productiva y la rentabilidad, ¿qué otras dimensiones es necesario incluir en un debate profundo que permita enfrentar el desafío de alimentar a una población mundial en aumento? ¿Cómo se ha transformado la estructura agraria durante el último siglo? ¿Cuáles son los “paquetes tecnológicos” y a qué tipo de productores están dirigidos? Esas fueron solo algunas de las preguntas que circularon durante un encuentro que contó con la participación de referentes de la academia, la industria y la sociedad civil. El tema genera controversias de difícil resolución, aunque no hay dudas sobre que el modelo extensivo actual genera riesgos para la salud humana y ambiental, además de haber transformado (para bien o para mal, según quién opine) las características de los productores agrarios del país. Según datos que presentó Emilio Satorre, a cargo de la Cátedra de Cerealicultura de la FAUBA, el mercado local de agroquímicos se triplicó entre 1997 y 2012, los herbicidas representan el 54% de ese mercado (equivalente a 2.381 millones de dólares) y, entre ellos, el glifosato concentra el 61% del mercado. Además, se estima que en el año 2012 se aplicaron 225 millones de kilos o litros de glifosato, y aclaró que si bien el uso de fitosanitarios ha ido en aumento, hay distintas formas de evaluar su impacto. Satorre mostró un gráfico comparativo de la evolución en el uso de fitoquímicos considerados de alta y baja toxicidad entre 1985 y 2011: “La carga fitotóxica que llevaba producir una unidad en el año 1985 era de cerca de 47 dosis y en la actualidad estamos usando menos de 0,46 dosis por kilo producido. Es decir, hemos reducido la toxicidad de los alimentos en casi 100 veces”, dijo Satorre, que también es coordinador académico de la Unidad de Investigación y Desarrollo de la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (AACREA).Según datos que presentó Emilio Satorre, a cargo de la Cátedra de Cerealicultura de la FAUBA, el mercado local de fitosanitarios se triplicó entre 1997 y 2012, y los herbicidas representan el 54% de ese mercado (equivalente a 2.381 millones de dólares). Lilian Corra, directora de la Carrera de Médico Especialista en Salud y Ambiente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA), advirtió que la toxicidad se mide por cada químico en particular pero que se desconoce el nivel de toxicidad que se produce en las combinaciones entre ellos (que muchos de los productos disponibles en el mercado incluyen). Además, recordó que la contaminación con plaguicidas es difusa, “es decir, que los encontramos en todos lados y no sabemos las cantidades”. Asimismo, advirtió que, cuanto más persistente es un químico, mayores son sus posibilidades de aparecer en seres vivos y de afectar a nuevas generaciones aunque no hayan estado expuestas directamente e él, ya que durante el embarazo, por ejemplo, las mujeres pueden transmitir ciertas sustancias químicas de generación en generación. Por eso, sostuvo Corra, “preocupan las enfermedades que juegan con nuestro futuro como raza humana, como los riesgos para la fertilidad, el neurodesarrollo, la aparición de cáncer, las malformaciones y los disruptores endócrinos”, adviertió la especialista, que además es coordinadora del Posgrado en Salud y Ambiente del Instituto para el Desarrollo Humano de la Asociación de Médicos Municipales de la Ciudad de Buenos Aires. Y ejemplificó: “Hay muchos plaguicidas que afectan el coeficiente intelectual, que son problemas a veces imperceptibles en un individuo, pero que sí se perciben en estudios de población”. ¿Hacia un paquete agroeco(tecno)lógico?“La tecnología aparece como solución, pero sabemos que no lo es en sí misma y que también genera problemas. Cuando pensamos en cambiar algo, tenemos que entender que la dinámica propia va a generar un nuevo riesgo con ese cambio, con un costo igual o mayor al que quisimos mitigar, por eso es imprescindible trabajar de manera multidisciplinaria”, advirtió Satorre, también integrante de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, y sugiere que el modelo tendería a cambiar hacía lo que denominó una agricultura de la naturaleza. “No queremos que nos señalen con el dedo y nos digan: ustedes están envenenando al planeta. Vamos a cambiar lo que haya que cambiar para lograr una agricultura mas saludable con el ambiente y el plantea”, destacó el especialista y dijo que, durante los últimos 30 años, el modo productivo se ha simplificado de la mano de un paquete tecnológico asociado a la siembra directa, un aumento en el uso de fertilizantes y agroquímicos y la incorporación del cultivo extensivo de soja, que permitieron incrementar la rentabilidad. “Estamos entrando en una etapa en la que el modelo extremadamente simplificado comienza a transformarse, a abrirse como en ramas para ir desarrollando distintos sistemas de producción que respondan a las características locales, no son solo definidas por el cultivo, el suelo y el clima, sino también por el comportamiento social, la relación urbano-rural, las regulaciones, restricciones y posibilidades que ofrecen los distintos lugares”, le dijo Satorre a TSS y consideró que, por ejemplo, en algunos lugares se incorporará más labranza mecánica, en otros se sostendrá la siembra directa y habrá casos en los que se volverá a sistemas mixtos agrícolo-ganaderos.La jornada abierta de debate y reflexión sobre el uso de agroquímicos y su impacto se realizó en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA). “Un cambio en la mecanización que no implica volver a la labranza tradicional, sino que empezamos a utilizar sistemas de control de malezas inteligentes que reducen la exposición de productos al ambiente, sistemas robotizados que reducirán el riesgo de las personas que trabajan, y tal vez una lógica científica distinta, basada en el manejo de grandes masas de datos e inteligencia artificial”, dijo el especialista y sostuvo que todo esto permitirá mejorar la calidad de los alimentos. Por otro lado, reconoció que un modelo que continúa usando agroquímicos “no puede convivir espacialmente” con otros modos productivos que buscan evitar su uso, como la producción orgánica: “La contaminación es un sistema difuso y no respeta los límites del alambrado en un establecimiento. Los agroquímicos en general pueden viajar cientos de kilómetros y hay muchas áreas del planeta que están contaminadas con productos que nunca se usaron en esas regiones. Estamos expuestos a que esas cosas pueden pasar, y de hecho deben pasar todo el tiempo”, dijo resignado. Por el contrario, Corra considera que enfocar estas temáticas solo desde un punto de vista que contempla lo productivo o con una mirada meramente económica “es limitado”, y destacó que “lo importante está en la gente joven que va a elegir el modelo y que necesita toda la información para tomar una decisión. Me gustaría que los diálogos se vuelvan más productivos y que levantemos la voz cuando las cosas se están haciendo mal o cuando no se hacen, porque lo que no hacemos tiene un costo. La universidad da un título pero también una responsabilidad, y al igual que los colegios de profesionales, existe una obligación de participar en la toma de decisiones, aunque rara vez hay involucramiento en procesos de decisión política”, subrayó. “Si uno quiere abrir la discusión y empoderar a todos los actores, lo primero que tiene que hacer es informar y educar, porque sino el proceso de toma de decisión se desvirtúa y puede ser erróneo”, destacó Corra en diálogo con TSS, y advirtió que en el país existe una estructura educativa que podría ser actualizada para ofrecer una formación más completa, especialmente en las escuelas agrotécnicas rurales, adonde estudian potenciales trabajadores del sector. Asimismo, también se refirió a la importancia de que los consumidores y la sociedad civil en general se involucren en estos procesos. “Tenemos que ser los primeros en decir qué está mal hecho. El ámbito de la universidad no puede limitarse a generar la información que falta, sino también a difundir la que existe y se conoce, porque en el medio agropecuario hay muchas cosas que se hacen mal, que son dañinas para la salud y el ambiente, y también para la profesión y para los propios productores”, coincidió Golluscio. Y concluyó: “Parece claro que para cada situación hay una diversidad de modelos elegibles, y sería bueno inculcar a los egresados que busquen la alternativa que minimice el uso de agroquímicos, lo que no es fácil porque exige maximizar el uso del cerebro”.