Pescadores gaditanos y orcas compiten cada año por la pesca del atún rojo en aguas del Estrecho de Gibraltar. /CIRCE
El bifenilo ploriclorado (PCB) es un compuesto químico formado por cloro, carbón e hidrógeno. Estable y resistente al fuego, no conduce la electricidad y tiene una baja volatilidad a temperaturas normales, unas características que en su día lo hicieron ideal para producir y mejorar una amplia gama de artículos industriales y de consumo, como refrigerar transformadores. Pero esas mismas cualidades -en especial, su resistencia extrema a la ruptura química y biológica a través de procesos naturales y su tendencia a permanecer y acumularse en organismos vivos- son, precisamente, las que lo convierten en un poderoso tóxico letal. Sintetizado por primera vez en 1881, su uso comercial comenzó en los Estados Unidos en 1929 para dar respuesta a la necesidad de la industria eléctrica de obtener un líquido que enfriara y aislara de forma más segura los condensadores industriales. En la década de los cincuenta su empleo se masificó al utilizarse también en tintas, adhesivos, pinturas o barnices. Durante los primeros veinticinco años de aplicación, no generó problemas hasta que, en 1968, en Japón, unas partidas de aceite de arroz contaminadas envenenaron a 1.200 personas, entre ellas mujeres que dieron a luz niños con problemas motores, visuales y con un bajo cociente intelectual. Algo semejante, tras la ingesta de pescado con PCB, ocurrió poco después en Taiwán, Canadá y los Estados Unidos, donde derivaría en su prohibición. En los países europeos, su fabricación y comercialización quedó vetada en 1976, aunque la restricción de su uso no llegó hasta 1985. Efectos retardados Muerto el perro no se acabó la rabia. Ni mucho menos. Cuatro décadas después de aquella fulminante decisión, el tóxico sigue contaminando fatalmente el planeta. En su último número, la revista ‘Science’ publica un estudio del Centro de Investigación Ártica de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, en el que sus científicos aseguran que ese compuesto químico está detrás de la lenta agonía de la colonia estable de «una treintena» de orcas que vive a caballo entre el Estrecho de Gibraltar y la cornisa cantábrica. Los expertos cuentan con los datos de la concentración de policlorobifenilos (PCB, de los que hay decenas de formulaciones) en 350 ejemplares de las 19 grandes poblaciones que quedan en el mundo. Análisis anteriores constataron que basta con que un mamífero presente 0,05 gramos por kilo para que dañe su sistema reproductor, el endocrino y el inmunitario. Pues bien, algunas de las orcas examinadas por los daneses tienen hasta 1,3 gramos por kilo. El trabajo muestra que, salvo las llamadas ballenas asesinas de las regiones polares, todas contienen niveles significativos de PCB y que la mitad de ellas «está seriamente contaminada». EL PCB entra en los tejidos de las orcas a través de su alimentación. Los investigadores de Aarhaus lo ilustran con dos colonias que siguen dietas diferentes aunque comparten el mismo espacio. En el nordeste del Pacífico, al norte de Japón y al sur de la península de Kamchatka, un grupo de estos cetáceos se alimenta de arenques y otros peces pequeños, mientras que otra población lo hace de otros grandes mamíferos, como delfines, ballenas o focas. En esta colonia la concentración de PCB es hasta 20 veces mayor. Leche materna contaminada La otra gran vía de envenenamiento es la que transmiten las madre a las crías a través de su leche. Y es precisamente en estos grupos, como los que viven frente a la costa de Brasil o en el Estrecho de Gibraltar, donde los científicos auguran un futuro más devastador. Nueve de las 19 colonias de orcas -entre ellas, la gibraltareña- habrán «colapsado» antes de final de siglo, vaticina el artículo. El estudio ha generado cierto impacto en la ONG con sede en Algeciras CIRCE, dedicada a la Conservación, Información y Estudio sobre el Medio Marino, que asegura haber observado en los últimos años un aumento de ejemplares de la colonia de orcas del Estrecho hasta el «medio centenar» actual. «Entre 2011 y 2015 constatamos un descenso en el número de ejemplares que achacamos a la escasez de atún, el alimento que constituye su dieta principal», expone a este periódico su portavoz, Renaud De Stephanis, «aunque después la población se ha incrementado».