El impacto ambiental de la pandemia. Por Emanuel Zamaro.
pagina12.com.ar. 23/07/2020. La cuarentena por coronavirus produjo consecuencias para el medioambiente como la reducción en la concentración de dióxido de nitrógeno ante la baja circulación de autos y la disminución de la producción industrial. Investigadores de distintas universidades públicas reflexionan sobre estos cambios y analizan sus efectos a futuro.
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Imagen: Reinaldo Cortés
Aguas cristalinas, aire más puro y hasta carpinchos en la calle. Entre tantas consecuencias negativas, la pandemia pareciera traer condiciones favorables para el ambiente como si fuera una bocanada de aire ante el deterioro que viene sufriendo. Pero es sólo un recorte, apenas el fotograma de una larga película que se sigue rodando. Los cambios que se están viviendo en este aspecto en el ambiente son de índole circunstancial. Apenas un respiro entre tanta asfixia. Los especialistas coinciden en que a medida que la pandemia (y la cuarentena) se vaya dejando atrás, los daños a los ecosistemas van a volver, y hasta podrían intensificarse. ¿Se trata de un futuro inevitable o la fotografía actual puede servir de referencia para producir cambios estructurales?
Para poder responder estas preguntas, primero hay que analizar cuál es el contexto. A partir de las medidas de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), el ambiente sufrió algunos cambios. Sirve como ejemplo de esto el estudios que realizó el Centro de Investigación del Medioambiente (CIM), perteneciente a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y el CONICET: contrastaron los niveles de emisión de gases en la semana previa a la cuarentena con los de la primera semana en la que se aplicó esta medida y los resultados preliminares indicaron que se redujo cerca del 50% de la presencia de estos gases.
Uno de los principales componentes en los que se enfocan para este trabajo, según explica la investigadora del CIM y doctora en Ingeniería Geomática y en Ciencias Exactas de la UNLP, Soledad Represa, es el dióxido de nitrógeno (NO2), una molécula que aparece cuando el óxido de nitrógeno (NO) se oxida en el aire. “En los momentos en que se dejó de circular, los niveles cayeron. Los efectos fueron inmediatos. Eso es interesante de ver porque significa que en las zonas urbanas la principal fuente de emisión son los vehículos. Es una buena oportunidad para reflexionar cuánto hacen las acciones individuales a la calidad del aire que respiramos”, explicó la investigadora quien, además, es colaboradora en el Instituto de Altos Estudios Mario Gulich (CONAE-UNC).
Pero la reducción de la circulación en los centros urbanos no sólo incide en la calidad del aire: la fauna, normalmente relegada a la periferia de las grandes ciudades, hizo su aparición en centros urbanos, al menos por unos pocos momentos. Alejandro Giraudo es doctor en Ciencias Biológicas, docente en la Universidad Nacional del Litoral (UNL) e investigador del Instituto Nacional de Limnología (INALI-CONICET). Cumple la cuarentena en su casa ubicada en Esteros del Iberá, Corrientes. Un lugar donde en lo cotidiano se observan diversas especies de animales que a la mayoría le resultaría extrañas. “Los animales que comenzamos a ver con la pandemia aparecen porque empezamos a prestar más atención a nuestro entorno. Son especies que, en su mayoría, viven ocultas en la periferia o dentro de las ciudades, y muchas se refugian en los escasos y castigados ambientes naturales periurbanos. Ante la disminución de las actividades y persecuciones humanas, las cuales generan ruido, contaminación, basura, incendios y otros impactos, comenzaron a mostrarse. Esto, en parte, muestra cómo en las ciudades nos hemos disociado artificialmente de la naturaleza. Ya la desconocemos, la tenemos invisibilizada, sin dudas la raíz de los problemas ambientales extremos que estamos provocando”, consideró investigador radicado en el litoral argentino.
Un fenómeno circunstancial
La imagen de una naturaleza que va ganando terreno de a poco comienza a opacarse. A medida que la cuarentena comienza su flexibilización y algunas actividades retoman su funcionamiento, la contaminación vuelve a pisar fuerte. Raúl Montenegro sigue este tema muy de cerca. Es profesor titular del Plenario de Biología Evolutiva en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente (FUNAM) y fue galardonado con el Premio Nobel Alternativo en 2004 por su “trayectoria en el trabajo con comunidades indígenas y su defensa del medio ambiente” en numeroso países del mundo. Además, se encuentra en el proceso final de un libro al que llamará “Coronavirus, ambiente y guerras: las tres pandemias”.
“Las mejoras ambientales que se observan, como aguas de ríos más transparentes y fauna reconquistando sus antiguos territorios, forman parte de un fenómeno circunstancial. En la pospandemia, los ambientes seguirán tan deteriorados como antes o peor porque, por ejemplo, la agricultura industrial y la megaminería se exceptuaron de la cuarentena. También las aguas superficiales y, en alguna medida, las subterráneas siguieron recibiendo las descargas contaminantes de líquidos cloacales, usualmente mal tratados”, evaluó.
Sus colegas investigadores suman una visión similar de lo que acontece. Represa contó que a medida que avanzaron en la investigación del impacto ambiental de la cuarentena, fueron viendo cómo se recuperan los valores históricos de contaminación “a medida que aumenta la circulación de autos”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda no sobrepasar los 50 microgramos por metro cúbico (μg/m3) de material particulado en promedio diario, mientras que la media anual establecida es de 20 μg/m3. Sin embargo, en la Ciudad de Buenos Aires, hay días y años que sobrepasan esas cantidades. “Cuando esto ocurre, el aire presenta un riesgo para la salud. La diferencia con algunas ciudades del mundo altamente contaminadas es que esto no ocurre todos los días”, puntualizó la investigadora.
En este punto, es necesario destacar un gran “escudo”, como lo llama Montenegro, que sirve como resistencia ante los distintos tipos de crisis y que al día de hoy, por obra de los humanos, se ve altamente amenazado: la biodiversidad. “La naturaleza como absorbente de dióxido de carbono ha pasado a ser muy importante. La biodiversidad y ecodiversidad escudo son las que protegen la estabilidad ambiental, el buen funcionamiento de las cuencas hídricas, la generación continuada de suelo y la estabilidad climática misma o por lo menos, la mayor resistencia a sus efectos destructivos. Tiene, además, una función muy particular: mantener “cerrados” ciclos virales y bacterianos que una vez abiertos pueden conducir a pandemias como la que vivimos”, detalló el biólogo.
Entre enseñanzas y pronósticos
Si la pandemia logró reflejar (como consecuencia secundaria) el impacto que tiene el humano sobre el ambiente, ¿puede servir como puntapié para realizar cambios significativos? Giraudo entiende que “sólo es posible abordando los problemas socio-ambientales desde una cosmovisión sistémica en donde la naturaleza es un gran macrosistema que debe contener a los sistemas sociales humanos, sin que el económico sea sobredimensionado sobre el ambiental y social”.
Siguiendo esta línea, Represa toma como un factor fundamental el poco conocimiento que hay sobre los peligros de los grandes impactos ambientales y de la contaminación, específicamente: “Necesitamos tomar conciencia de cuáles son los efectos a la salud que generan los contaminantes atmosféricos y cómo hacer para prevenirlos. En general, no se tiene noción de los niveles a los que estamos expuestos ni cuáles son las enfermedades asociadas, como lo son el cáncer de pulmón y los infartos de corazón. Son enfermedades habituales y no las asociamos a una mala calidad del aire. Si no podemos tomar conciencia de ello, no creo que muchas cosas cambien”.
Y así como Giraudo mencionó al sistema económico como uno de los determinantes a la hora de la toma de decisiones para lo que se viene, Montenegro aportó su análisis al respecto: “Creer que lo sucedido hará cambiar los modelos económicos inhumanos, los métodos destructores del extractivismo y los modelos poblacionales de consumo, resulta por lo menos ingenuo. Obviamente mejorarán los sistemas de salud pública porque los enfermos y la memoria de los muertos por COVID-19 no dejarán que los gobiernos miren para otro lado. Pero en lo que hace a desmontes, minería, agricultura industrial y otras entidades contaminantes, sus tareas se intensificarán. En el caso de corporaciones exportadoras de metales y soja, harán notar que gracias a ellas aumenta el ingreso de dólares frescos para sectores públicos empobrecidos por los gastos descomunales que demandó el control de la pandemia. Dado que los enfermos y muertos por la pandemia ambiental crónica y en aumento no se contabilizan, sólo se verán los enfermos y muertos por COVID-19”.
¿Existe una alternativa a todo esto? Por supuesto, pero conlleva un gran esfuerzo y responsabilidad del conjunto de actores que conforman este gran ecosistema. “Consideramos que los movimientos ciudadanos, las asambleas, ONGs y sectores sensibles de las universidades deberán multiplicar y profundizar sus luchas por ambientes más sanos, desarrollo sustentable y biodiversidades protegidas”, destacó Montenegro. “Esperemos que la pospandemia venga acompañada de políticas que alienten el andar en bicicleta o el mercado del transporte eléctrico, como unas pequeñas alternativas un poco más ecológicas”, reclamó Represa; mientras que Giraudo enfatizó: “Necesitamos decisiones globales con un esfuerzo político, social, cultural y económico sin precedentes que nos permita cambiar en pocas generaciones para construir sociedades sostenibles, equitativas e integradas a la naturaleza”.