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Portal latinoamericano de toxicología

De Noemí A. Sánchez, Rosario.

14 September, 2007
Alice—A Fight for Life (1982) y la percepción pública de los riesgos laborales del amianto. Alfredo Menéndez Navarro.Revista de Medicina y Cine.Vol. 3, Nº 2, abril 2007 (Universidad de Salamanca, España).El objeto de este trabajo es explorar la capacidad de influencia histórica del cine documental, en particular en el ámbito de la percepción social del riesgo ligado al amianto. Para ello se estudia el documental británico Alice—A Fight for Life, su contexto de producción y el impacto que su emisión en 1982 ejerció en la opinión pública británica. El dramatismo de los testimonios de algunas de las víctimas recogidos en el documental y el tratamiento visual otorgado a los mismos fue determinante para lograr la concienciación de la sociedad británica sobre los riesgos del amianto. Así mismo, se exploran las características que tuvo la emisión del documental en España en 1984. 
1. Introducción

Marc Ferro, uno de los pioneros del estudio de las relaciones entre cine e historia, ha reiterado el papel clave del cine como agente histórico. En opinión del historiador francés, el cine documental, basado en la recuperación de la memoria y los testimonios orales, ha contribuido en numerosas ocasiones a elaborar una contra-historia oficial, ejerciendo una labor de toma de conciencia social1. El objeto de este trabajo es analizar un ejemplo de dicho protagonismo: el documental Alice—A Fight for Life (1982) dirigido por el británico John Willis para la Yorkshire Television. La emisión en la cadena británica de televisión ITV en julio de 1982 de este docudrama basado en la historia de Alice Jefferson (foto 1), una trabajadora británica de 47 años fallecida a causa de un mesotelioma pleural generado por la exposición al amianto, generó una reacción pública de dimensiones imprevistas. La emisión contribuyó a activar el debate social sobre los riesgos laborales y ambientales causados por este mineral y transformó la percepción pública de la sociedad británica sobre dichos riesgos.

            Se explora, en primer lugar, el contexto en el que se gestó el documental y sus principales efectos en la sociedad británica de mediados de los ochenta. En segundo lugar, se analiza el documental; y, por último, se muestra el tratamiento otorgado a este problema en la sociedad española de la transición y las características que tuvo la emisión del documental en España en 1984.

2. Saber experto y percepción social de los riesgos del amianto

La historiografía médica —especialmente en el ámbito anglosajón— ha abordado con frecuencia los problemas de salud laboral y ambiental como «escándalos» o «tragedias» de las sociedades industriales. Este «género» de abordaje de los problemas convierte al conocimiento científico sobre los efectos perjudiciales de un proceso productivo o una sustancia en el nudo gordiano de la cuestión. Una vez alcanzada la «certeza científica», la solución vendría de la mano de la difusión de dicha información a la población expuesta, del control técnico y la regulación de la exposición y de las eventuales compensaciones a los afectados. Las razones del escándalo estribarían en la existencia de una larga cadena de ocultaciones a la población laboral y general y una minimización de los riesgos por parte de los expertos y profesionales médicos implicados, los responsables gubernamentales y, desde luego, el empresariado. El resultado final no es otro que la eclosión diferida del problema en forma de escándalo, una vez que la magnitud en la cifra de afectados y la presión social impiden mantener por más tiempo la «mentira»2.

Este modelo historiográfico —que tiene su mejor exponente en el caso de los problemas de salud y ambientales causados por el amianto— es en buena medida tributario del acercamiento que el cine documental ha realizado al problema del amianto. En ese sentido el referente es el documental británico Alice—A Fight for Life, emitido el 20 de julio de 1982 en horario de máxima audiencia en la cadena británica ITV cuyo impacto social, jamás alcanzado por ninguna de las numerosas monografías editadas por historiadores desde entonces, provocó un vuelco de la percepción social del problema.

El conocimiento científico sobre los riesgos ocupacionales del amianto se remonta a comienzos del siglo XX. En 1930 el inspector médico del trabajo británico Edward Merewether estableció la relación causal entre la exposición al amianto y la aparición de asbestosis, lo que llevó a la adopción de las primeras regulaciones industriales que fijaban valores máximos de exposición así como el reconocimiento de la asbestosis como enfermedad profesional en Gran Bretaña en 1931. La adopción de medidas preventivas y compensadoras se limitó a la industria textil y sólo años más tarde se extendieron a otros de los muchos sectores industriales que como el fibrocemento o la construcción naval incorporaron el «mineral mágico» en sus procesos productivos (foto 2). Por su parte, las evidencias que ligaban la exposición al amianto con el desarrollo del carcinoma pulmonar vinieron acumulándose desde mediados de los años treinta, aunque el pleno consenso médico se alcanzó tras la publicación en 1955 del trabajo del epidemiólogo británico Sir Richard Doll. En esas mismas fechas, un grupo de investigadores sudafricanos liderados por el patólogo Christopher Wagner comenzaron los trabajos que culminarían en 1960 con el establecimiento de la relación causal entre exposición al amianto y mesotelioma pleural difuso. El mesotelioma fue finalmente reconocido como enfermedad profesional en Gran Bretaña en 19663.

Estos desarrollos científicos coincidieron con un incremento de la importación y manufactura de productos con amianto en los países desarrollados y con una intensificación de las campañas públicas lanzadas por las principales corporaciones industriales del sector, enfatizando su uso seguro. Por su parte, la presión social ejercida por las organizaciones de afectados y la labor desarrollada por la prensa, la radio y, de forma muy destacada, la televisión contribuyeron a forjar una clara conciencia colectiva de los riesgos del amianto en Gran Bretaña. En 1971 y 1975, por ejemplo, la ITV y la BBC abordaron en sendos programas las condiciones de trabajo en la planta de la Cape Asbestos situada en Acre Mill, Yorkshire (foto 3). Ello acabó forzando al gobierno laborista británico a realizar en 1976 un estudio nacional sobre el impacto en la salud causado por el amianto (Advisory Committee on Asbestos), cuyo informe final se hizo público en 1979. La iniciativa gubernamental contentó a la opinión pública, aunque la falta de investigación científica independiente de la industria condicionó unas recomendaciones finales (en la línea de reducir los valores máximos de exposición y estimular la búsqueda de productos sustitutivos al amianto) extremadamente conciliadoras, que apenas tuvieron impacto sobre las condiciones de trabajo. El fantasma del desempleo, convenientemente agitado por las empresas del sector, también jugó su papel para retrasar la puesta en marcha de las recomendaciones3.

3. El documental y sus repercusiones

Éste es el contexto en el que John Willis, un realizador británico enrolado en la Yorkshire Television y con experiencia en documentales de reconocido impacto como Rampton, The Secret Hospital (1979) —premiado con un Emmy—, asumió el reto en 1980 de elaborar un documental sobre el problema del amianto.

El reportaje, narrado por el propio Willis, tenía una duración de 90 minutos. Arrancaba con secuencias de las minas de amianto canadienses mostrando el proceso de extracción y con menciones a su valor económico («oro blanco» lo denominaba la población local), al crecimiento de las importaciones en el Reino Unido «a pesar de las alarmas sanitarias de mediados de los setenta» y a la omnipresencia del amianto en las sociedades industriales. Un fundido mientras el narrador señalaba su capacidad para matar daba paso a las impactantes secuencias que presentaban a las víctimas del amianto. El primer testimonio correspondía a Mary Johnson, una enferma terminal de cáncer de pulmón y asbestosis en avanzado estado de caquexia que debió testificar ante el jurado postrada en su cama y que, según el narrador, falleció al día siguiente de testificar. El segundo testimonio, algo menos dramático, era el de Ray Price, un enfermo de asbestosis, «la tradicional imagen pública de la enfermedad del amianto», del que se mostraba su dificultad para caminar salvando una pendiente, y cuya respiración trabajosa servía de fondo a la banda sonora. El tercer testimonio era el de Alice Jefferson, enferma de mesotelioma pleural difuso, del que se informaba era «inexorablemente mortal». Alice trabajó en su juventud (con 17 años), durante 9 meses en la planta de la Cape Asbestos de Acre Mill (Yorkshire). Entrevistada en su propia cama, Alice relataba las condiciones de trabajo («era como remover heno en un lugar cerrado, todo…, todo estaba cubierto por un espeso polvo blanco, se te metía en los ojos, en la nariz… se acumulaba en las ventanas de la nariz») y la total ausencia de información y conciencia sobre los riesgos («nos hacíamos pelucas de amianto y nos las poníamos en la cabeza»). La secuencia finalizaba con unos dramáticos primeros planos de Alice mientras respondía al narrador-entrevistador sobre su reacción al comunicarle el médico su grave padecimiento:

“Me puse a saltar por la habitación como una rana. Sí, eso es lo que hice. Intuía que tenía algo serio, porque no mejoraba y me limité a decir  “ha venido para decirme que todo ha terminado ¿verdad?”. Él dijo “sí”. Y le pregunté “¿cuánto tiempo me queda?”. Me contestó “de tres a seis meses”. Y cuando piensas que todo ello es el resultado de trabajar por un sueldo en un trabajo que no considerábamos que fuese peligroso, que nunca se nos ocurrió pensar que encerrara ningún peligro, me siento muy desgraciada. Porque quiero decir que sólo tengo 47 años, pero tuve una niña a los 43, ¿sabe? aún es muy pequeña y a mí sólo me quedan 6 meses de vida, tengo muchas razones para sentirme desgraciada. Pero me preocupa no poder ver sus mejores años. Ver a nuestro…, y… y nuestra Patsy sólo tiene 5 años. No sé, no sé si es una postura egoísta o no, pero creo que todas las madres quieren ver crecer a sus hijos y a mí también me hubiera gustado verlos crecer y cuidarlos. Por eso los tuve ¿no le parece? Para poder disfrutarlos y verlos situados en la vida. Esto que me ocurre no es justo”.

El cuarto testimonio presentado era el de Georgina, una mujer de 52 años que sufría un carcinoma pulmonar causado por la exposición al amianto durante los apenas dos años que trabajó en una fábrica londinense en su adolescencia. Extremadamente delgada —había perdido casi la mitad de su peso— y con aspecto avejentado, Georgina relataba al entrevistador los terribles dolores provocados por el cáncer: «Jamás hubiese supuesto que en el mundo pudiese existir un dolor como éste, pero existe. Y cuando empieza, la única solución es aguantar y gritar».

El recurso de utilizar los testimonios de Mary, y particularmente de Alice y Georgina, debió generar un fuerte impacto en la audiencia al mostrar cuerpos caquécticos que en el imaginario colectivo estaban reservados para las víctimas de los campos de concentración. Tras esta impactante presentación de las víctimas, el documental refería las evidencias científicas y empíricas existentes en poder del Gobierno británico y de los empresarios del sector sobre los riesgos del amianto desde comienzos del siglo XX. El testimonio del director de una fábrica londinense —que guardaba una corbata negra en el cajón de su despacho para acudir a los frecuentes entierros de sus empleados, 110 en 12 años— y de un representante sindical de los astilleros de Glasgow —que estimaba que habían fallecido unos 160 de entre sus 600 ó 700 compañeros— daban una dimensión cuantitativa del drama.

Un bloque de entrevistas con reputados expertos servía para desmontar uno de los argumentos reiterados durante los años setenta por las empresas del sector: la inocuidad del amianto blanco (crisotilo), de uso más extendido, frente al carácter lesivo del amianto azul (crocidolita). Los testimonios de David Gee —que calificaba al amianto como «el mayor de los asesinos laborales»—, Barry Castleman, Paul Formby —investigador del Mount Sinai Hospital de Nueva York—  y de un periodista canadiense mostraban la ocultación de datos sobre morbilidad profesional practicada por los responsables de las minas canadienses de donde se extraía buena parte del amianto blanco.

Diversas secuencias que mostraban la dureza de la vida cotidiana y el empeoramiento del estado de salud de Georgina y Alice daban paso a la exploración del problema del amianto en los Estados Unidos, marcado —según el documental— por al apoyo gubernamental a las víctimas y por la obtención de importantes compensaciones económicas para los afectados. Ronald Mottley, abogado de un bufete norteamericano especializado en el tema, y los doctores Irving Selikoff —verdadero icono de la investigación sobre el amianto en los Estados Unidos— y Oscar Auerbach informaban de la extensión del problema en aquel país. Una rápida presentación de casos de afectados fundamentalmente de mesotelioma mostraba una casuística muy distinta a la británica: personas de alta extracción social no expuestas laboralmente, jóvenes profesionales de éxito que contrajeron el cáncer tras un empleo ocasional para financiarse los estudios superiores o actores como Steve McQueen que adquirió la enfermedad en su desempeño como marine de los Estados Unidos (figura 4). Probablemente el caso más desgarrador era el de Johnny Carson, un niño de 12 años que desarrolló un mesotelioma mortal ayudando a su padre a soplar las fibras de amianto presentes en los tambores de freno del taller familiar. La madre de Johnny tras describir los terribles dolores y el estado de caquexia al que vio condenado a su hijo antes de fallecer afirmaba con rabia apenas contenida: «Un día, sólo un día me gustaría que esos fabricantes de amianto sufrieran sus dolores y que sólo un día tuvieran un cáncer. Y garantizo que dejarían el negocio».

 El desenlace fatal del caso de Georgina a sus 52 años, con imágenes de su funeral, y la denegación por parte de la Seguridad Social británica de su solicitud de pensión por enfermedad profesional, unos días antes del óbito, servían de antesala al abordaje del problema de las compensaciones a las víctimas en Gran Bretaña. El documental presentaba una larga lista de casos tan flagrantes como el de Georgina en los que la Seguridad Social no reconoció el origen profesional de los padecimientos, todos ellos apostillados con los datos de la necropsia posterior acreditando su naturaleza laboral. Los casos reconocidos los hicieron tras larga espera y con una cuantía ínfima. Para aquellos casos que acudían a la vía judicial, como el de Alice, el camino no resultaba más agradable. Alice se mostraba indignada con la oferta de la Cape Asbestos: «…lo que me ofrecen ni siquiera compensa soportar este dolor durante una semana».

  La última parte del documental exploraba la realidad empresarial del amianto en Gran Bretaña, que involucraba a 800 empresas, y la disparidad existente entre los registros y testimonios empresariales y las evidencias obtenidas por el equipo de investigación del programa sobre cumplimiento de normativas industriales y ambientales y sobre reconocimiento de afectados. El centro de las críticas era la Turner & Newall, el verdadero coloso del sector en Gran Bretaña. El documental se centraba en el buque insignia de la empresa,  la fábrica de Rochdale, la planta de textil amianto más grande de Europa, y considerada como un referente nacional e internacional en temas de salud y seguridad laboral. A pesar de las «modernas condiciones de trabajo», el equipo de investigación del documental proporcionaba numerosas evidencias de trabajadores afectados y de enfermos ambientales, particularmente de mesotelioma, y de la ocultación de datos sobre morbilidad laboral, cuestionando tanto la confianza de los responsables empresariales en las bondades de las mejoras técnicas introducidas como su propia conducta ética. El documental llegó a cuestionar la veracidad de las afirmaciones de la empresa vertidas ante el Advisory Committee on Asbestos en 1977. La investigación se extendió a otras fábricas británicas de la misma firma, mostrando una situación similar, además de un claro incumplimiento de sus responsabilidades ambientales en el tratamiento de los residuos. Constatada la extensión del problema, el documental ponía de manifiesto el desigual tratamiento otorgado por la Turner & Newall a los damnificados norteamericanos, que en numerosos casos obtenían cuantiosas compensaciones económicas, y los exiguos pagos paternalistas que destinaba a sus trabajadores británicos afectados. Por último, se señalaban las prácticas de «deslocalización» llevadas a cabo por la multinacional británica, denunciando las condiciones de trabajo y ambientales en que se desempeñaban los empleados en sus factorías en la India.

La penúltima secuencia del documental corresponde a la entrevista realizada a Alice en el Hospital Overgate de Yorkshire, unas semanas antes de su fallecimiento, cuando acababa de conocer el fallo judicial sobre su indemnización. Alice muestra su desencanto y la necesidad de seguir luchando. El reportaje se cerraba con vistas panorámicas de las mismas minas canadienses con que comenzaba, a la vez que se informaba del crecimiento de la producción mundial de amianto y la confianza de los responsables empresariales en que la menor contestación social sobre el tema mejorara sus expectativas de beneficios.

La emisión del documental en el Reino Unido tuvo efectos inmediatos. Además del movimiento de solidaridad en torno al caso de Alice Jefferson —con miles de llamadas y cartas a la productora para ofrecer ayuda a su familia y a las de otras víctimas del amianto—, la emisión tuvo implicaciones legales y económicas. Una semana después de su difusión, el Gobierno británico redujo a la mitad el nivel máximo de exposición al amianto, además de poner en práctica otras recomendaciones del Advisory Committee on Asbestos postergadas desde 1979. Además, los testimonios y evidencias aportados por el realizador y el equipo de investigación fueron escuchados en el Comité de Empleo de la Cámara de los Comunes en 1983. Entre 1984 y 1989, el Gobierno británico introdujo regulaciones más estrictas e impulsó nuevas medidas de compensación a los afectados. En el ámbito económico y laboral, las implicaciones no fueron menos llamativas. Las acciones de la Turner & Newall y de otras empresas del amianto perdieron buena parte de su valor en bolsa. Se produjeron huelgas en algunas de sus factorías y un incremento sustancial de las denuncias obreras sobre las condiciones de trabajo3-4. Y lo que resulta más determinante, la opinión pública transformó sustancialmente su percepción de los riesgos del amianto y comenzó una creciente concienciación social. En 1983, por ejemplo, los trabajos de desmantelamiento de una central eléctrica londinense hubieron de paralizarse ante la demanda de los vecinos alertados por la existencia de emisión ambiental de fibras de amianto.

4. La emisión en España

El documental fue prohibido o encontró serios obstáculos para emitirse en las cadenas estatales de diversos países. No fue el caso del nuestro, inmerso en la recta final de la llamada transición democrática y ávido de apertura y libertad informativa. TVE lo incluyó en 1984 dentro del programa La ventana electrónica que emitía documentales producidos por otras cadenas de televisión que hubieran obtenido cierto reconocimiento. Entre otras distinciones, Alice—A Fight for Life había sido galardonado en 1983 con «The Broadcasting Press Guild Award». El equipo directivo del programa, encabezado por Segundo López Soria, visionó el docudrama y decidió su emisión dada su relevancia social y capacidad de conmover. El formato del programa incluía tras la exhibición del documental la realización de un debate o coloquio durante unos 30 minutos, un formato televisivo que compartía con La Clave (TVE, 1976-1985).

¿Qué percepción tenía en 1984 la sociedad española de los problemas laborales y ambientales causados por el amianto? El testimonio de Jill F. Drower, una turista británica que viajaba asiduamente a nuestro país en esa época, es indicativo de las diferencias con Gran Bretaña. Su alto nivel de concienciación por el problema, en buena parte determinado por el impacto que le causó Alice—A Fight for Life y la presión mediática en su país, la llevó a sospechar de un polvo azul que se desprendía del techo del coche de RENFE en el que hacía el trayecto Madrid-Algeciras, el 13 de agosto de 1983, cada vez que el tren sufría una fuerte sacudida. Jill tomó unas muestras del citado polvo y las hizo analizar una par de semanas más tarde en un laboratorio británico, resultando ser en un 95% crocidolita (amianto azul)5.

Ciertamente, los problemas de salud laboral ligados al amianto habían tenido una escasa y tardía atención durante el régimen franquista. Las primeras descripciones médicas de casos de asbestosis, de carcinomas pulmonares y de mesoteliomas ligados a la exposición al amianto no se publicaron hasta mediados de los años sesenta, una vez la asbestosis fue reconocida como enfermedad profesional indemnizable (Decreto 792/1961). En 1963 se estipuló la obligatoriedad de los reconocimientos médicos previos y periódicos semestrales de los trabajadores que ingresaran en industrias de riesgo. Y en 1961 el Reglamento de Actividades Molestas, Insalubres, Nocivas y Peligrosas fijó en 175 partículas por centímetro cúbico el nivel límite de fibras por encima de las cuales deberían adoptarse medidas de protección, un nivel fijado en 1938 por la American Conference of Governmental Industrial Hygienist. El reglamento venía a completar las magras recomendaciones de la Ordenanza General de Seguridad e Higiene y a las ordenanzas de la construcción y la de las industrias derivadas del cemento, únicas que contemplaban medidas preventivas contra el polvo de amianto6.

Este sensible retraso en el reconocimiento médico-legal del problema y la adopción de medidas preventivas coexistió desde el final del periodo autárquico e inicio del desarrollismo con una creciente incorporación del amianto a numerosos procesos productivos, particularmente en el sector del fibrocemento, en el textil, en la industria auxiliar del automóvil (fabricación de frenos y embragues), y en los aislamientos utilizados en la construcción naval y de material ferroviario. A comienzos de los años setenta, el doctor López-Areal —director del Hospital de Enfermedades del Tórax de Bilbao y pionero del estudio de las enfermedades causadas por el amianto en nuestro país— estimaba en unos 8.000 los obreros expuestos, el 70% de los cuales pertenecían a la industria del fibrocemento. López-Areal calculaba entre 500 y 600 el número de casos de asbestosis pulmonar no diagnosticados en España, en unas fechas en las que el número de casos de asbestósicos reconocidos como enfermos profesionales por el Fondo Compensador de Enfermedades Profesionales apenas alcanzaba la docena6.

La década de los setenta, marcada por la recuperación de las libertades democráticas y la movilización obrera, resultó determinante para estimular la mirada de los profesionales médicos y la opinión pública española hacia los problemas de salud generados por el amianto. El Servicio de Neumología del Hospital Clínico de Barcelona se convirtió en esas fechas en un activo centro de investigación sobre el tema, además de desarrollar una importante labor asistencial, epidemiológica y social que contribuyó al conocimiento público de estos riesgos. A comienzos de 1977, los problemas de salud ocasionados por el amianto traspasaron el ámbito profesional y alcanzaron de lleno a la opinión pública. La denuncia por incumplimiento de la normativa de seguridad e higiene que realizó el jurado de empresa de la planta Uralita S.A. en Cerdanyola ante el Instituto Territorial de Higiene y Seguridad del Trabajo de Barcelona culminó con el cierre temporal de un ala de la factoría, tras constatar que en algunas tareas se sobrepasaban ampliamente las concentraciones de fibras de amianto permitidas7. Este conflicto, que tuvo una amplia cobertura en la prensa local y nacional y que acabó extendiéndose a otras factorías de la misma compañía como la de Bellavista en Sevilla, mostró con nitidez las limitaciones de la práctica burocratizada de la medicina de empresa en nuestro país, así como la debilidad de nuestro sistema inspector. Así mismo, el conflicto trajo al debate público el impacto del amianto en poblaciones no expuestas profesionalmente. No es casual que en 1978 se incorporasen al cuadro de enfermedades profesionales el carcinoma primitivo de bronquio y pulmón y el mesotelioma pleural o peritoneal causados por exposición al amianto (R.D. 1995/1978 de 12 de mayo)6.

Los sindicatos mayoritarios, especialmente el Gabinete de Salud Laboral de CCOO, mantuvieron una activa labor de denuncia e información pública, con particular atención al cáncer de origen laboral. Producto de esa presión se dictaron las primeras normas legales específicas sobre el amianto en nuestro país (Orden Ministerial de 21 de Julio de 1982 y Resolución de la Dirección General de Trabajo de 30 de Septiembre de 1982, sobre condiciones en que deben realizarse los trabajos en los que se manipula amianto). La reducción de los niveles de exposición permitidos, provocó que la Asociación de Fabricantes de Productos de Amianto Cemento (AFAC) demandara al Gobierno una moratoria de 5 años en su aplicación. No obstante, la atención a los problemas de salud laboral estuvo muy mediatizada por la reconversión industrial acometida por el primer Gobierno socialista y el incremento de la tasa de desempleo, que en 1984 se situó por encima del 20%.

El coloquio que siguió a la emisión del documental, de 30 minutos de duración, también arroja luz sobre la percepción del problema en nuestro país.  En él participaron, además de la presentadora Emma Tamargo, los siguientes invitados: Peter Moore (investigador periodístico del documental británico), Manuel Torre Iglesias (director del programa de TVE Usted, por ejemplo), José Baget i Herms (crítico de La Vanguardia), Albert Lluch (Vicepresidente de la AFAC), y José L. Balibrea (catedrático de Cirugía General Torácica de la Universidad Complutense de Madrid).

El debate se articuló en torno a dos cuestiones: la situación en España de este problema y el tratamiento periodístico y las repercusiones de este tipo de documentales. Manuel Torre Iglesias, un clásico de la televisión pública española y responsable de programas como Escuela de salud (1976-79), Voces sin voz (1981-82) y Usted, por ejemplo (1983-84), fue el que mantuvo una posición más crítica. En su primera intervención comunicó que, aunque tangencialmente, el problema había sido abordado unos meses antes en Usted, por ejemplo a raíz de una carta de denuncia remitida por trabajadores del sector. Manuel Torre mostró un panorama pesimista marcado por la  agresión permanente a la salud de miles de trabajadores en su puesto laboral y el incumplimiento generalizado de la normativa y su escasa vigilancia. En otras intervenciones suscribió algunas de las tesis del documental como la ubicación de los procesos productivos más lesivos en los países pobres o las dificultades de reconocimiento como enfermos profesionales de las víctimas y sus consecuentes «pensiones de miseria». Así mismo, introdujo uno de los factores clave para comprender la actitud de los trabajadores ante los riesgos laborales, aludiendo a los dos millones y medio de parados registrados en España y al peligro de poner en juego el puesto de trabajo.

Respecto al posible tratamiento alarmista o sensacionalista (entiéndase en el contexto de la época) que el documental hacía del tema, José Baget declaró que éste le parecía sobrio. Bien distinta fue la opinión del representante de la A.F.A.C., Albert Lluch, quien ante la pregunta de la presentadora afirmó:

“Pues sí, realmente y sin dejar de reconocer los peligros que la inhalación del amianto puede traer aparejados si no se toman las adecuadas precauciones…, en mi opinión, …quizá no soy absolutamente objetivo como deseara, pero …el film me suena a melodramático, muy tendencioso, con una extraordinaria carga emocional, y capaz de producir entre el público en general una situación de extremado alarmismo y yo entendería o diría que no está justificada por la realidad de los hechos y de los conocimientos que poseemos en 1984”.

La AFAC conocía con anterioridad el documental e intentó desacreditarlo y cuestionar su veracidad en el seno de la Comisión Nacional del Amianto, dada la imposibilidad de vetar su emisión en España. La argumentación de Lluch, expuesta generosamente en el coloquio —fue con creces el participante que consumió mayor tiempo—, giró en torno a la naturaleza ocupacional del problema y a la negación de su dimensión ambiental. Así mismo, abundó en la estrecha colaboración de trabajadores, sindicatos, administración y empresarios en nuestro país para abordar el problema, lo que limitaba los daños a las exposiciones «antiguas»:

“Pero yo me enorgullezco, y lo digo con toda sinceridad, que en este tema los casos de asbestósicos, de cancerosos y de posibles sufridores de mesotelioma son el resultado de la época hace 15, 20 ó 30 años en que por desconocimiento de estos peligros no se habían tomado todas las precauciones que hoy se toman. Ésta es la pura verdad”.

            A pesar de los comentarios críticos de Manuel Torre y algunas puntualizaciones de Peter Moore —en buena medida ininteligibles por la penosa traducción simultánea— y de Balibrea, Lluch consiguió trasladar una imagen de «normalidad» en el sector del fibrocemento español, muy alejada de la situación británica, limitando los problemas a los «heredados del pasado». Un pasado, no obstante, impreciso y sin vinculación explícita con la cronología de estudios científicos que desde la década de los treinta había puesto de manifiesto el carácter nocivo del amianto. Semejante argumentación fue tradicionalmente empleada por los responsables gubernamentales y empresariales británicos en las décadas centrales del siglo para explicar el mantenimiento de casos de amiantosis a pesar de las regulaciones industriales introducidas a comienzos de los años treinta en aquel país8.

           No me ha sido posible conocer la valoración que la emisión del documental recibió en el «panel de aceptación de programas», instrumento que por entonces empleaba TVE para evaluar el impacto de sus emisiones. Tampoco he explorado las repercusiones que tuvo el programa en la prensa generalista. A expensas de llevar a cabo ese análisis detallado, parece razonable concluir que la emisión tuvo un impacto en la opinión pública muy inferior al alcanzado en Gran Bretaña. Cosa bien distinta fue la recepción que el programa tuvo entre la población laboral expuesta al amianto. Los testimonios que he podido recabar de algunos trabajadores y representantes sindicales de la fábrica de Uralita en Bellavista, confirman la desolación y creciente preocupación que la emisión generó entre los trabajadores y sus familias, aunque no hubo acciones de protesta en dicha fábrica en los días siguientes a la emisión, tal como había ocurrido en Gran Bretaña.

No obstante, a finales de 1984 el Gobierno socialista aprobó una normativa más estricta, el Reglamento sobre trabajos con amianto, y prohibió el empleo de amianto azul (crocidolita) en nuestro país (O.M. de 31 de Octubre), homologándonos con el entorno europeo9. Dicha normativa venía gestándose desde tiempo atrás y respondía en primera instancia a la necesidad inminente de asumir la normativa europea y a la presión sindical. Conocer hasta qué punto la emisión de Alice—A Fight for Life en nuestro país pudo ejercer alguna influencia adicional en dicha aprobación requiere una mayor investigación.

Agradecimientos

            Trabajo realizado dentro del Proyecto HUM2006-02885 del Ministerio de Educación y Ciencia.

            Quisiera expresar mi sincero agradecimiento a Francisco Jiménez Ortega, ex-trabajador de Uralita de Sevilla, quien entre otra valiosa documentación me ha proporcionado una copia de la emisión española del documental. Así mismo quisiera agradecer a Segundo López Soria la generosidad con que ha buceado en sus recuerdos para proporcionarme datos relevantes de La ventana electrónica con que suplir la ausencia de registros documentales. Por último, agradezco a Francisco Báez Baquet sus valiosos comentarios y reflexiones sobre el impacto del documental en nuestro país.

Referencias


1.- Ferro M. Historia contemporánea y cine. Barcelona: Editorial Ariel; 1995. p. 16-17.

 

2.- Menéndez Navarro A. El papel del conocimiento experto en la gestión y percepción de los riesgos laborales. Arch Prev Riesgos Labor. 2003;6(4):158-65.

 

3.-Tweedale G. Magic mineral to killer dust. Turner & Newall and the Asbestos Hazard. Oxford: Oxford University Press; 2000.

 

4.- Gee D, Greenberg M. Asbestos: from ‘magic’ to malevolent mineral. En: Harremoës P, Gee D, MacGarvin M, Stirling A, Keys J, Wynne B et al, editores. Late lessons from early warnings: the precautionary principle 1896-2000. Copenhague: European Environment Agency; 2001. p. 52-63.

 

5.- Una turista británica denuncia la presencia de asbesto azul en forma de polvo en un tren de la línea Madrid-Algeciras. El País. 18 de septiembre de 1983.

 

6.- Martínez González MC, Menéndez Navarro A. El Instituto Nacional de Silicosis y las enfermedades respiratorias profesionales en España. En: Álvarez-Sala Walther JL, Casan Clarà P, Villena Garrido V, editores. Historia de la neumología y la cirugía torácica españolas. Madrid: Ramírez de Arellano Editores; 2006. p.145-62.

 

7.- Dalmau J. El amianto mata. Salud y trabajo: el dossier uralita. Barcelona: Centro de estudios y documentación socialista; 1978.

 

8.- Menéndez Navarro A. Shaping industrial health: The debate on asbestos dust hazards in UK, 1928-1939. En: Rodríguez Ocaña E, editor. The politics of healthy life. An international perspective. Sheffield: European Association for the History of Medicine and Health; 2002. p. 63-87.

 

9.- Cárcoba A, editor. El amianto en España. Madrid: Ediciones GPS; 2000.
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