Logo Sertox

Portal latinoamericano de toxicología

USA: pescados y mariscos investigados

12 August, 2007
«Fast Food Nation» Peligro amarillo. abc.es. 12/08/07. Pasta de dientes contaminada, comida para animales venenosa, jarabes dañinos, neumáticos defectuosos, juguetes tóxicos… y ahora alimentos no aptos para el consumo humano. Estados Unidos -un país que de por sí ya tiene sus propios y enormes problemas de seguridad alimentaria expuestos en el reciente libro y película «Fast Food Nation»- se enfrenta estos días a la indigestión adicional de alimentos procedentes de China, con precios muy competitivos pero no recomendables para el consumo humano.
[ Ver noticia relacionada en inglés ]
USA: pescados y mariscos investigados
Fast food nation
Las estadísticas oficiales confirman que Estados Unidos tuvo el año pasado un déficit comercial con China de 232.500 millones de dólares. Cifra sin precedentes pero que con toda probabilidad volverá a ser superada en 2007. Y dentro de esa ingente montaña consumista de toda clase de productos «made in China» hay sitio también para la exportación de alimentos. Sobre todo pescados y mariscos, ya que el mercado estadounidense recurre al extranjero para satisfacer la mayor parte de este apetito, que ha crecido un 11% desde el 2001. Con China a la cabeza de todas estas ventas, dominando una cuota de mercado del 16%.
La voz de alarma, pese a indicios acumulados desde hace un año, ha sido lanzada este verano por la Agencia Federal de Alimentos y Medicamentos (FDA) al documentar la existencia de una serie de sustancias prohibidas en gambas, anguilas, barbos y otros productos de piscifactorías chinas. Los análisis de las autoridades de Estados Unidos han detectado inaceptables niveles de antibióticos, otros fármacos prohibidos y sustancias carcinógenas. Además de la denunciada utilización de gases para camuflar la existencia de putrefacción. Por lo que se ha ordenado una serie de controles adicionales, teóricamente estrictos.
Con todo, las cuestionables prácticas de China en la producción de alimentos han servido también para dejar en evidencia los mínimos controles sobre estas exportaciones de alimentos que se realizan en Estados Unidos. A pesar de la intervención de la FDA y la orden de realizar análisis antes de permitir la entrada de cargamentos de pescado y marisco chinos, esta semana ha trascendido como al menos 453 toneladas de estos productos sospechosos han conseguido llegar hasta las mesas de los estadounidenses sin mayores problemas.
Como ha reconocido Carl Nielsen, responsable de inspecciones de la FDA hasta el 2005, «el sistema actual es obsoleto y no funciona bien aunque pretendan lo contrario». Según Nielsen, si los controles de la FDA son incapaces de aplicarse a riesgos conocidos como el pescado y el marisco de China, cómo van a poder hacer un trabajo aceptable con amenazas que no resultan tan evidentes como las sustancias nocivas encontradas en pasta de dientes o comida para animales de compañía.
Estos niveles alarmantes de indefensión, además de investigaciones en el Congreso y reuniones bilaterales, están generando presiones adicionales para aumentar la información facilitada a los consumidores sobre la procedencia geográfica de los alimentos en la cesta de la compra. Requisito que los importadores de pescado y marisco a Estados Unidos intentan evitar para conjurar el riesgo de discriminaciones con un impacto negativo en sus negocios.
En condiciones normales, la FDA tiene capacidad solamente para inspeccionar el 1 por ciento de los veinte millones de cargamentos anuales de productos alimenticios provenientes del extranjero, con una jurisdicción compartida con el Departamento de Agricultura. Pero cuando existe una alerta de importación, como la emitida oficialmente contra el pescado y mariscos de China, estos envíos quedan bloqueados hasta que los importadores no faciliten costosos análisis privados que demuestran sus buenas condiciones. Con la posibilidad de que la FDA repita esas pruebas en sus propios laboratorios. Aunque una reciente investigación parlamentaria ha demostrado que desde el 2003, el número de inspectores de la FDA ha disminuido mientras que las importaciones de productos alimenticios a Estados Unidos casi se han duplicado.
En este contexto indigesto, no faltan tampoco reproches sobre la vigilancia de la producción de alimentos dentro de Estados Unidos, sobre todo ante una reciente acumulación de intoxicaciones y retiradas forzosas de productos contaminados. Con el consiguiente debate sobre si la bronca con las importaciones chinas tiene una generosa ración de hipocresía, al obviar problemas domésticos y cuya denuncia se remonta por lo menos a comienzos del siglo XX con el clásico volumen «La Jungla» de Upton Sinclair, sobre la industria cárnica concentrada en Chicago.
En esa línea, resultó especialmente impactante el libro-denuncia del periodista Eric Schlosser publicado en el 2001 con el título «Fast Food Nation: El lado oscuro de la típica comida americana». Un alegato elevado a la categoría de «best-seller» y con muy pocas grietas sobre la multimillonaria industria de la comida rápida que dispone de fuerza suficiente como para transformar la dieta, el paisaje, la economía, el mercado laboral y la cultural popular de los Estados Unidos. Hasta el punto de que todo ese documentado glosario de horrores alimenticios casi hace más apetecible al paladar un embalsamado trozo de pescado chino. De hecho, el neoyorquino Schlosser no tiene reparos en repetir la celebre frase de Sinclair: «He apuntado al corazón de América y por accidente he alcanzado su estomago».

Ver noticia relacionada: El gigante descuidado . semana.com.11/08/11. Crece la alarma por la inseguridad de los productos chinos que inundan el mundo. Porque resulta prácticamente imposible vivir sin ellos.

El risueño Elmo, aquel entrañable personaje de Plaza Sésamo, se podría convertir en un serio obstáculo para el milagro económico chino. Con su apariencia inofensiva, un millón y medio de juguetes fabricados en el país asiático, muchos de la famosa serie infantil, estaban cubiertos por pigmentos tóxicos. Se trata del último en una serie de escándalos, desde llantas defectuosas hasta comida de mar contaminada, que cuestionan la calidad de los productos ‘Made in China’.

La pintura de 83 modelos de Fisher Price, incluido el popular monstruo rojo, tendría exceso de plomo, un material que está prohibido no sólo en juguetes sino en cualquier objeto que pueda estar en contacto con los humanos. Incluso en pequeñas dosis, el plomo produce una intoxicación de graves consecuencias. Cerca de un millón de estos juguetes serán retirados del mercado en Estados Unidos, y otro medio millón en países tan distintos como Reino Unido, Canadá, Australia o Argentina, con un costo que se calcula en 30 millones de dólares. A diferencia de otros incidentes con medianos fabricantes, en este caso resultó afectada una gran compañía y, sobre todo, un sector de consumidores muy delicado. En un caso similar, en junio se habían retirado millón y medio de trencitos de madera, por el mismo problema. Si un niño muriera, podría generar un movimiento de rechazo a las importaciones chinas.

Pero esa hipotética víctima no sería la primera por cuenta de productos defectuosos originados en el llamado imperio del centro. En Panamá, la intoxicación masiva por un jarabe para la tos elaborado con materiales chinos, y distribuido gratuitamente por la caja del seguro social, ha causado la muerte de más de un centenar de personas desde octubre. El remedio contenía dietileno-glicol, un disolvente utilizado como anticongelante para carros que envenena el hígado y el riñón y afecta al sistema nervioso central. Había sido importado como si fuera glicerina pura. Los pacientes presentaron desde fallas renales y parálisis facial hasta convulsiones y comas profundos. El primero de julio, la Food and Drug Administration de Estados Unidos publicó una advertencia sobre varias marcas baratas de crema de dientes, fabricadas en China, que tendrían el mismo químico del jarabe panameño.

A principios de este año, Estados Unidos ya había incrementado los controles a productos chinos cuando se conoció que un alimento para mascotas con ingredientes provenientes del país asiático, había matado a un centenar de perros y gatos. En su momento, la oposición demócrata acusó al gobierno republicano de haber sido débil en su respuesta.

Y es que China se ha convertido en la fábrica del mundo. El llamado ‘milagro’ económico, con un crecimiento superior al 8 por ciento durante las últimas dos décadas, está sustentado en las exportaciones que han inundado el planeta. Desde hace años, las tensiones comerciales entre Washington y Beijing han estado sobre la mesa. Los proteccionistas se quejaban de los puestos de trabajo ‘robados’ por la industria china y varios grupos protestaban por los reportes sobre abusos en derechos humanos o la crítica situación medioambiental. Muchos sectores, incluso, objetaron a finales de los 90 el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ninguno de esos debates había sido tan efectivo para encender las alarmas sobre la dependencia norteamericana de China como las recientes dudas sobre la seguridad de sus productos.

El impacto de esta serie de escándalos dependerá de cuántos productos defectuosos sigan apareciendo y del lúgubre balance de víctimas que los acompañen. Pero incluso si se despertara una ola de indignación en Estados Unidos u otros países, las importaciones chinas son simplemente demasiado baratas para resistir la tentación. ¿Realmente se puede vivir hoy sin los productos hechos en China?

La invasión china

Sara Bongiorni, una periodista independiente de Lousiana, trató de responder la pregunta y escribió un libro sobre aquel esfuerzo que se convirtió en toda una odisea: "A year without ‘made in China’" (un año sin ‘hecho en China’). La idea se le ocurrió el 26 de diciembre de 2004 mientras estaba con su esposo en la sala de la casa. Sobre el tapete había desparramados los regalos y juguetes de la Navidad, y al observarlos se dio cuenta de que la gran mayoría eran chinos. Examinó el resto de la casa y llegó a la misma conclusión. Quiso probar si era posible vivir sin ningún producto chino durante todo un año, y el primero de enero de 2005 comenzó su ‘abstinencia’. "Es sobre todo una historia personal, un intento para entender la conexión de nuestra familia con la economía global", dijo en una entrevista a Foreign Policy. "Lo que encontré es que realmente no hay manera de vivir la vida ordinaria de un consumidor sin una fuerte dependencia en las mercancías de China".

Halló las famosas etiquetas en televisores, celulares, herramientas, lámparas, camisetas y todo tipo de productos imaginables. En muchos casos, como las velas de cumpleaños, la mercancía china era la única opción. No pudo reemplazar la cafetera que se les dañó porque todas las disponibles venían del gigante asiático. Tampoco pudo arreglar la licuadora porque las cuchillas eran chinas. Tuvo que matar cuatro ratones con las viejas ratoneras de resorte porque las que permiten atrapar sin matar a los roedores provenían del país del dragón. Tardó dos semanas en conseguir unos tenis italianos que pagó a cuatro veces el precio de unos chinos y al final del año sus hijos estaban aburridos de sus juguetes Lego, uno de los pocos que se consiguen que no son hechos en China.

Por todo eso, el tema de la calidad de los productos chinos se convirtió en un asunto de seguridad mundial. "El comercio ha crecido tanto en los últimos 10 años que los consumidores no se han dado cuenta. El 80 por ciento de los productos de Wal-Mart son chinos", dijo a SEMANA el analista Rob Collins, autor de Doing Business in China for Dummies (Negocios en China para dummies).

A raíz de los escándalos, Beijing ha hecho todos los esfuerzos para frenar el estado de alarma, sobre todo a medida que se acercan los Olímpicos de 2008, su gran vitrina mundial. En una sentencia ejemplarizante, China ejecutó a Zheng Xiaoyu, el ex director de la Administración Estatal de Alimentos y Medicinas, por recibir sobornos a cambio de autorizar medicamentos que no cumplían con las condiciones mínimas de seguridad.

El gobierno sabe que el prestigio del ‘hecho en China’ es clave para su expansión económica. Cuando se conoció la historia de los juguetes tóxicos, Beijing se apresuró a afirmar que el 99 por ciento de sus productos son seguros y acusó a los medios occidentales de tratar de dañar su imagen para obstaculizar el comercio. "A pesar de las mejores intenciones tanto en Estados Unidos como en China, no es mucho lo que el gobierno puede hacer y me temo que vamos a seguir viendo este tipo de incidentes", asegura Collins. Para los países del mundo en desarrollo, el reto es todavía mayor.

Por mucha indignación que causen en Estados Unidos estos episodios, la invasión comercial china luce incontenible. Con tantas empresas estadounidenses explorando el país más poblado del mundo en busca de bajos precios y mano de obra barata, y tantos proveedores distintos, es prácticamente imposible establecer controles de calidad efectivos. Como bien apuntaba Bongiorni, los estadounidenses pueden ser famosos por su patriotismo, pero sólo hace falta acercar la mirada para darse cuenta de quién fabrica sus banderas.

Ver también en elpais.com del 15/08/11: China prohíbe la entrada de Sopas Campbell tras la retirada de juguetes elaborados en su país
Add more content here...