Lo más interesante de este léxico es que lleva años entrando de rondón en el lenguaje coloquial de todos. Admiran de él su vitalidad, la riqueza de sinónimos, la creatividad, los deslizamientos semánticos, las metáforas, los préstamos más o menos crudos (como flash, doping o dopin, y de ahí dopar, dopaje, dopante, dopado, etc.), los calcos semánticos del inglés (ácido, dinamita, éxtasis, dosis, euforia, etc.), la fuerza derivativa de bases como flip (fliparse, fliparlo, flipar, flipado, flipante, flipota, flipe), trip (tripi, tripar, tripear), espid (espídbol, espilbol, espídicamente, espídico), freak (freakear, freakado o fricado, freaky, friki o friqui), lo familiares que resultan pelotazo, postureo o subidón; alucinar, alucinante, alucine; bajada, bajarse, bajo, bajón, bajonazo; pasarse, pasón, pase, pasote; raya, rayar, rayarse, rayita, rayón, rayote, etc.), y lo versátil de unos términos generales que sostienen un lenguaje elusivo (llevar, pillar, tener, hacer, meterse, ponerse…).