Cuando la ropa destruye el planeta. Por Alejandro Tena. publico.es. 13/01/18. La industria textil se ha convertido en una de las más contaminantes del planeta. El 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales están vinculadas a la fabricación de prendas, pero también hay otros factores como la contaminación por vertidos y microplásticos. A ello, debemos sumar las vulneraciones de los derechos humanos que se producen en la mayoría de las fábricas del sector.
Ropa en una tienda de Dubai
(SerTox)
Un grupo de mujeres echan un vistazo a varios conjuntos de ropa en una tienda de un centro comercial de Sidney. REUTERS/Daniel MunozTerminan las navidades y los comercios no se paran. Si el mes de diciembre estuvo marcado por la compra masiva de regalos, enero se inscribe en una espiral comercial argumentada por las tradicionales rebajas. Y en este ciclo, la industria textil se presenta como uno de los sectores más demandados por los consumidores, que acuden a los centros comerciales en busca de un outfit renovador. De hecho, el crecimiento productivo de las grandes compañías de moda se prevé ascendente, según las estimaciones del programa Detox de Greenpeace, que augura un aumento incesante del 63% para el año 2030. Sin embargo, tras los maniquís y los escaparates se esconde un problema medioambiental que convierte al sector de la moda en el segundo más contaminantes del planeta. En ese sentido, los datos de las oenegés ecologistas ponen énfasis en el impacto en emisiones que hay detrás del sector, pues el 8% de los gases de efecto invernadero mundiales tienen que ver con la fabricación de prendas y el transporte intercontinental de las mismas. Sin embargo, esta cifra es sólo una más dentro de una práctica económica que, en su conjunto, repercute de manera negativa en la biosfera. "Para producir ropa se necesita muchísimo transporte. Se requiere para obtener las materias primas y también para moverlas, porque hoy en día la mayor parte de la moda se produce en Asia y se distribuye por todo el mundo, lo que implica una enorme cantidad de emisiones de CO2", explica a Público Celia Ojeda, coordinadora de Consumo de Greenpeace. A esta contaminación por emisiones hay que añadir la ingente cantidad de vertidos tóxicos que hay detrás de la fabricación deslocalizada de prendas. Sustancias que se filtran por los acuíferos y en las corrientes fluviales para terminar en los océanos y causar problemas en la flora y la fauna marítima como, por ejemplo, "disrupciones hormonales que interrumpen la cadena trófica”. "Las fábricas, en su mayoría localizadas en India o en China, vierten residuos tóxicos en los cursos de agua, exponiendo a trabajadoras y población local a sustancias químicas perjudiciales para la salud, y en muchas casos, teniendo incluso un impacto mortal en los habitantes de las zonas aledañas a las industrias", denuncia la portavoz de Ecologistas en Acción, Serlinda Vigara. A las emisiones y los vertidos, debemos sumar los materiales que, en ocasiones, suponen una amenaza importante para los ecosistemas. Un ejemplo es la viscosa, "un elemento muy utilizado para dar ligereza a prendas de verano cuya producción es tremendamente contaminante", explica Vigara. Un informe de la organización ecologista denuncia el uso sistematizado de esta sustancia que contamina los cauces fluviales aledaños a las fábricas. La viscosa, en sí misma, no es el problema, pero sí el tratamiento que las empresas hacen de ella, ya que con un procesamiento adecuado podría ser una alternativa sostenible al algodón transgénico y a los tejidos sintéticos. Sin embargo, tal y como explica el informe Moda Sucia, las marcas compran esta materia prima a otras empresas que la fabrican en un circuito abierto y plagado de químicos tóxicos. Prendas que desprenden microplásticosEs posible que no tenga conciencia de ello, pero la camisa que lleva puesta mientras leen este artículo posiblemente esté fabricada con partículas de poliéster. Este material, presente en muchísimas de las prendas del mercado, está compuesto en base a microplásticos que se liberan en los procesos de lavado y terminan desembocando en los ríos y en los mares. “La isla de basura del Pacífico, la denominada sopa de plásticos, ya tiene el tamaño de España”, advierte Ojeda, para señalar los graves efectos que tienen estos compuestos para el medio ambiente. Sin embargo, más allá del remolino tóxico que se concentra en los océanos, los microplásticos suponen una amenaza para la biodiversidad y para la propia salud de los seres humanos. Tanto es así, que los estudios de Agencia Federal de Medio Ambiente de Austria y la Universidad de Medicina de Viena han hallado restos de estos materiales inapreciables en las heces de los seres humanos. Además, la fabricación del poliéster, presente en el 60% de las prendas del mercado, implica el empleo de cerca de 70 millones de barriles de petróleo anuales. Las alternativas a este material no son nada halagüeñas, ya que el algodón, otro de los materiales preferidos de la industria necesita un tratamiento sostenible y alejado de las macroproducciones, ya que el cultivo masificado requiere el uso de pesticidas e insecticidas que inciden en el calentamiento global y suponen un riesgo sanitario.Camisas se amontonan en las estanterías de una tienda de la India. REUTERS/Rupak De Chowdhuri¿Qué hay de la ropa desechada?El mercado de la moda ha orientado su modelo hacia un mercado rápido y vertiginoso en el que la ropa cada vez es más perecedera; prendas de usar y tirar. Esta fast fashion es la culpable de que miles de productos terminen siendo desechados por las marcas al ser devueltos o, simplemente, no vendidos. El resultado es que toneladas de ropa terminan volviendo al país de origen de fabricación para ser destruidas. "Esta ropa no se queda en Europa", apunta Ojeda para señalar que se transporta a Asia, donde “se acumula en vertederos” situados en zonas de lluvia, lo que aumenta aún más que las fibras de poliéster terminen en los acuíferos de la zona y contaminen pozos de agua potable que surten a poblaciones regionales. Asimismo, cuando no se mezclan con montañas de basura, los excedentes textiles son incinerados en plantas que emiten grandes cantidades de CO2 debido a los químicos de los tintes y tejidos. Así, el ritmo de consumo provoca que las temporadas de moda tradicionales —vinculadas a los ciclos estacionales— hayan desaparecido para que las cadenas de ropa renueven los estantes de sus tiendas prácticamente una vez a la semana. Esta realidad propicia que el consumidor deseche muchas de sus prendas para renovar el armario como dictan las modas. De este modo, muchas prendas terminan en la basura, lejos de ser recicladas, tal y como apunta la portavoz de Ecologistas en Acción. "La solución es parar"Este modelo productivo vertiginoso ha venido acompañado en los últimos tiempos de la creciente aparición de marcas alternativas que apuestan por un sistema más transparente y sostenible. Aunque competir con los gigantes de la industria resulta difícil si se apuesta por un sistema sin deslocalización y con materiales limpios, la lista de empresas es grande. "Este tipo de marcas que rozan el activismo político tienen un hueco debido a la crisis política en la que la legislación no se adapta a las demandas de la ciudadanía", explica Carlos García, fundador de Flamingos’ life, una marca de zapatillas que apuesta por la fabricación de productos que no vayan en contra de las limitaciones ecológicas del planeta. Este tipo de productos, auspiciados por empresas como Ecoalf, Efímero o Latitude —marca que se dio a conocer después del programa de Salvados que desvelaba la vulneración de los derechos humanos que se producen en las fábricas de Asia—, son una alternativa a valorar. Sin embargo, desde Greenpeace aseguran que la solución pasa por repensar el sistema. “La solución es parar”, reclaman desde la organización ecologista, para afirmar que “el pantalón más sostenible es el que tienes en tu armario”. Por su parte, Ecologistas en Acción denuncia que no se puede “dejar las soluciones en las manos de la aparente buena voluntad de las empresas textiles” y pide a los actores políticos medidas que exijan “transparencia en toda la cadena de producción” para que se respeten los derechos humanos y se proteja el medio ambiente.